miércoles, 21 de enero de 2015

Entregan Premios Villanueva 2014

Texto y Fotos: Abel Rojas Barallobre
Tomado de www.radiorebelde.cu


El Premio Villanueva 2014 fue entregado este martes en la sala Rubén Martínez Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), como parte de las Jornadas Villanueva y en saludo al Día del Teatro Cubano, a celebrarse el este próximo 22 de enero.

Organizado por la Sección de Crítica e Investigación Teatral de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC, junto a la revista Tablas y el Centro Cubano de la Asociación Internacional de Críticos Teatrales, el presente galardón reconoce a los mejores espectáculos de teatro y danza presentados durante el pasado año; cuya característica principal recae en su papel renovador y promisorio de nuestro panorama, en relación con su público y el ámbito de la cultura de la nación.

Entre las obras reconocidas se encuentran El tío Vania, del grupo Argos Teatro, con dirección de Carlos Celdrán, y El irrepresentable paseo de Buster Keaton, de Teatro de las Estaciones, con puesta en escena de Rubén Darío Salazar; así como a la pieza Posible Imposible, coproducida entre la compañía Memory Wax, de Suecia, y Danza Teatro Retazos, de Cuba, con coreografía de Miguel Azcue. Igualmente les fue conferido el Premio, en el apartado de teatro de figuras y para niños y jóvenes, a las obras La muchachita del mar, del Teatro de Títeres Retablos, con dirección de Christian Medina; Gris, de Teatro Tuyo, con puesta en escena de Ernesto Parra; y Cuento de amor en un barrio barroco, también de Teatro de las Estaciones y dirección de Salazar.

Entre las obras extranjeras destacaron Soma- Mnemosine, de Teatro La Candelaria, de Colombia, con puesta en escena de Patricia Ariza; Lorca-Aleluya Erótica, del colectivo XPTO de Brasil, bajo la dirección de Oswaldo Gabrieli; y Hamlet, de Teatro El Globo, del Reino Unido, con la dirección de Dominic Dromgoole. También se alzaron con el galardón las piezas Sombrerísimo, del Ballet Hispánico de New York, de los Estados Unidos, una coreografía de Anabell López Ochoa; y Tango, del Ballet Estable del Teatro Colón, de Argentina, con coreografía de Lidia Segni.

El acto de premiación contó con la presencia del Presidente de la UNEAC, Miguel Barnet; así como algunos embajadores y representantes del cuerpo diplomático acreditado en Cuba.








viernes, 16 de enero de 2015

Anabelle López Ochoa: He mezclado mi energía con la de los bailarines

Por Marilyn Garbey
Tomado de  www.lajiribilla.cu

La coreógrafa Annabelle López Ocha estrenó Reversible, con Danza Contemporánea de Cuba, una obra donde hombres y mujeres desbordan sensualidad para conquistarse. Aquí revela detalles del proceso de montaje.

¿Qué caminos te trajeron a Cuba?

Empecé a bailar a los ocho años y me fui, a los 11, a una escuela profesional para ser bailarina. Allí descubrí la coreografía, supe que quería ser coreógrafa y no bailarina, pero tuve que tener paciencia. Bailé por 12 años en cuatro compañías del mundo, desde los 18 hasta los 30, en que decidí hacer vida de coreógrafa, que es muy insegura, no decides quién te invita a trabajar, alguien decide si tienes un poco de talento. Mi carrera de coreógrafa se desarrolló primero en Holanda, el país donde vivo, y luego de dos o tres años de trabajo allí empecé a  ser conocida internacionalmente. Mi padre es colombiano y mi madre es belga, crecí en francés y mi lengua de trabajo es el inglés, el país donde vivo habla belga, mi sueño era aprender el español.
Hace tres años me invitaron a visitar Colombia, me encantó ir a hacer una coreografía a un país latinoamericano, también iba a acercarme a mis raíces. Desde ese momento, cada vez que me invitan a trabajar a un país latinoamericano digo que sí. Así fue el encuentro con Cuba. Gané un premio en Londres, con Un tranvía llamado deseo, en 2012. Los amigos británicos del Ballet Nacional de Cuba me peguntaron si querría venir a Cuba a trabajar con ellos y dije sí, para aprender español. Nunca imaginé venir a Cuba a trabajar con la compañía de Alicia Alonso. Con Danza Contemporánea de Cuba me encontré en el Festival de Ballet de Cali. Vi a la compañía y Miguel Iglesias, el director, vio dos trabajos míos. Todo fue muy rápido. En marzo no los conocía y ahora estoy aquí.

¿Por qué trabajas con compañías diferentes? ¿Por qué no formas tu propia agrupación?

Lo que mueve mi imaginación, mi creatividad es el hecho de adaptarme a una situación, a una cultura, a un país, a gente que no conozco. Trabajar con desconocidos me obliga a ser muy pura en mis decisiones, me obliga a confiar en mi intuición, todos mis sentidos están abiertos para saber quiénes son. No sé si pudiera ser tan creativa trabajando solamente para una compañía. Me gusta sentirme en desequilibrio, prefiero no conocer la política interna de la compañía, no conocer a la gente con la que trabajo.

Has trabajado con la escuela cubana de ballet y con el estilo cubano de danza moderna

Tengo formación clásica pero nunca bailé en una compañía clásica, conozco mejor el lenguaje de la danza contemporánea, me siento más cómoda en ese idioma. El clásico es un estilo que yo no puedo desarrollar,  es muy lindo y muy puro, el contemporáneo es más humano, trabaja en el piso, es más animal. Son estilos distintos y tengo una apreciación distinta de cada uno, pero ya le dije: me gusta adaptarme cuando no conozco algo.

¿Llegaste con una idea preconcebida o te dejaste llevar por los bailarines?

Era la tercera vez que venía a Cuba. Había observado su cultura, lo que es posible observar en cuatro o cinco semanas, que no se aprende mucho. Me llamó la atención que se ostenta la feminidad, se ostenta la masculinidad, eso no ocurre en mi cultura, y quise hacer algo sobre el tema, que es universal, pero en Cuba siempre hay una lucha entre esos dos géneros, cada uno quiere seducir al otro. Observaba el cuerpo de la mujer y lo que se ve es la cadera, del hombre se nota más el torso. Pensé que si la mujer se ponía el pantalón podría mover mejor la cadera, y si el torso del hombre se desnudaba podría hablar mejor con su torso, podría llevar la falda sin ser femenino. Creo que Danza Contemporánea de Cuba podría traducir ese tema mejor que cualquier otra compañía.

¿Les propusiste un nuevo sistema de trabajo?

Yo usé el ritmo de trabajo que ellos tienen, que entrenan cada día  con ritmos afrocubanos y hacen giros muy acrobáticos, lo mezclé con mis gustos, mi manierismo, es una mezcla de su energía con la mía, espero que el público lo vea desde esa perspectiva. Soy coreógrafa femenina, soy un poco más dulce que otros, y hay un espacio en la obra para cosas más sensuales. Por eso quería hacer esto, que la voz femenina de una mujer se tradujera  por el grupo sin reducir  la creatividad de la mujer.

En la banda sonora hay mucha percusión

Me gustaba la idea de un ritual que hombres y mujeres ofrecen a Adán y Eva, de que latiera el peligro, eran como animales que se quieren, pero se repelen. Quería darle un  tono teatral con la bachata. Quería una música de mucha fuerza para el momento en que los grupos se mezclan y no hay mujer u hombre. Al final hay una guitarra de flamenco, se unen las almas y no hay más grupo. Si dejamos las diferencias de género y los egos todos seremos iguales. Así hice el viaje musical.

¿Qué queda de esta experiencia?

Estoy muy agradecida de la oportunidad que me han dado para trabajar con esta compañía, que tiene bailarines increíbles, con mucha energía, con mucha generosidad en cuanto a lo que te dan en el salón y en el escenario. Estoy muy agradecida.

La he visto corrigiendo detalles minutos antes del estreno. ¿Cuándo termina el proceso?


Nunca, ese trabajo continúa. Como persona estoy creciendo, estoy cambiando, así sucede con mi trabajo. Hice el trabajo en tres semanas, un tiempo muy corto, siempre habrá algo que corregir, que enmendar. Ya sé que no será perfecto, pero intento traducir el tema de la mejor manera. Nunca estoy lista, porque la opinión sobre mi obra también va cambiando.

Acto de entrega. Premios Villanueva 2014


miércoles, 14 de enero de 2015

Salve, Carlos, Premio Nacional de Teatro

Por Vivian Martínez Tabares

Carlos Díaz acaba de ser proclamado Premio Nacional de Teatro 2015 y, con esa decisión, la escena cubana toda está de fiesta. Por primera vez un artista de mi generación, que ya no es joven, alcanza este reconocimiento y el Premio así se crece, porque se sintoniza con la vida teatral más intensa, real y fructífera, más audaz y creativa de los últimos años. Y porque representa una acción legítima de jerarquización para un artista que ha protagonizado por derecho propio el último cuarto de siglo de la escena nacional, consagrado en alma, cuerpo y mente a su trabajo, al empeño infatigable de crear y construir lo nuevo. Día tras día, convierte el sudor y el tesón en belleza, en imágenes audaces, en exultación del mejor choteo cubano, en gesto de libertad suprema y catarsis colectiva.

Porque qué son, si no, una tras otra, las numerosas escalas de creación por las que ha transitado este hombre de teatro tenaz y laborioso, este paciente artesano, hoy con más de cuarenta montajes al frente del Teatro El Público, que creó a su imagen y semejanza un día ya lejano de 1989 y desde donde ha formado a varias promociones de actrices y actores, como guía seductor y cariñoso colega, siempre generoso y rebosante de entusiasmo.

Cuando Carlos Díaz emprendió su primera creación dentro del teatro profesional, la ya legendaria trilogía de teatro estadounidense, venía de persistentes empeños con Teatro Ensayo en su pueblo natal de Bejucal, antes y durante los estudios de Teatrología y Dramaturgia en el ISA, luego fue asistente y mil cosas más con Roberto Blanco en Teatro Irrumpe y en el Ballet Teatro de La Habana y colaborador de Danza Contemporánea de Cuba y DanzAbierta. Con la tríada de espectáculos a partir de Té y simpatía, Zoológico de cristal y Un tranvía llamado Deseo, develó tabúes y se rió, a carcajada limpia, de prácticas anquilosadas por la repetición vacua, y nos hizo reírnos con él y sacudir banderitas al aire en complicidad inusitada. Desde la Sala Covarrubias exaltó la belleza de los cuerpos, muchas veces desnudos, e integró actores de diversas generaciones y trayectorias para demostrar cómo era posible descubrir algo nuevo, provocativo y subyugante.

De Bejucal traía el bacilo del oficio junto con el desenfado fiestero de las Charangas, los destellos de oropel y el auténtico sabor popular. De las aulas del ISA y las clases de Rine Leal se inspiró para reeditar su propia rumba final para toda la compañía y para hurgar en la tradición y en sus iconos, para venerarlos a su manera, con citas y recreaciones en las que no ha faltado la parodia. La mezcla barroca se integró en sus manos con una impresionante galería de autores universales y de la Isla: Williams, Anderson, Genet, Shakespeare, Lorca, Chejov, Camus, Sastre, Giroudoux, Pirandello, Miller, Sartre, Fernando de Rojas, Racine, Fassbinder, Loher, Mrozek, Schnitzler, Nilo Cruz, y Virgilio Piñera, Abilio Estévez, Senel Paz, Adolfo Llauradó, Rogelio Orizondo, Héctor Quintero, o la explosiva fusión que puede resultar de combinar el poema “La isla en peso”, una banda sonora plena del filin de Elena Burke y la danza experimental, como hizo en las dos versiones de María Antonieta o la maldita circunstancia del agua por todos partes, un montaje que algún día debiera rescatar. Al final, en la escena todos son Carlos Díaz.

Y como él es pícaro y juguetón, y sabe bien lo que se trae entre manos cuando insiste en que “hay que cuidar el teatro” --como me repitió en una entrevista--, no dudo que hasta se ha empeñado en algunos desafíos irónicos, para demostrar cómo puede valerse de un autor y de una obra imperfecta o en apariencia ajena a sus intereses o a sus elecciones poéticas, y transformarla en objeto de culto o en éxito rotundo.

Siempre que traspongo el portal del palacio en el que Carlos Díaz reina, lo hago con una energía especial, con cierto salto en el estómago, con la inquieta ansiedad de que sé que pronto encontraré algo que alimente mi espíritu y que me sacuda las entrañas. Jamás he encontrado la sala vacía, y aunque en el Trianón siempre podemos intercambiar muchos colegas del oficio, también es común descubrir otros rostros, que llegan atraídos por el enorme cartel de la entrada o movilizados por el rumor que atraviesa boca a boca la ciudad comentando lo que está pasando ahí dentro. Jamás he salido indiferente de la sede del Teatro El Público, con independencia de que me haya gustado más o menos una propuesta. En Carlos, brillante director y dramaturgo de la escena, el resultado del trabajo esforzado se alía con el talento artístico y con el refinado gusto que ha ido educando en cada nuevo proceso de montaje. A partir de esa alquimia, sabe sacar lo mejor de cada artista y marcar con su sello cada elemento de la escena.

No pocas veces a la salida del Trianón me llevo conmigo emociones e imágenes perdurables, pasajes y situaciones que se quedan en la retina o se graban más adentro, en la memoria, y voy urdiendo un discurso reflexivo que no puede esperar para luego desde una urgente necesidad de comunicación. Porque la de Carlos es una creación que estimula el juicio, desata las palabras y sirve al ejercicio crítico como referente ineludible y reto a la expresión personal. Pero además nos obliga a repasar el pasado y volver a las fuentes, pues le encanta tomar de aquí y de allá en cumplida deuda con la tradición, y sublimarla a la vez que subvertirla. De ahí el ejercicio teatral y conceptual que entretiene y divierte a simple vista, pero que también insta al análisis crítico. Gracias a esos impulsos, acumulo con orgullo cuartillas en las que he pensado muchas de sus propuestas.

Por esos brillantes discursos ha merecido más de una docena de Premios Villanueva a los mejores espectáculos estrenados en el año, y otros tantos galardones en distintas lides. Por ese rigor es solicitado por instituciones y estudiantes a título individual –y una puesta en escena tan meritoria como Antigonón, un contingente épico fue nada menos que el fruto de un reclamo de esa naturaleza--, para que conduzca espectáculos de graduación o integre tribunales evaluativos. Porque cada maestro o alumno de teatro sabe que sea cual fuere el origen del trabajo, lo acogerá con el mismo entusiasmo y entrega.

Ahora mismo están en cartelera Los cuentos del Decamerón, y nos sorprende el desempeño integral de jóvenes recién egresados de la Escuela Nacional de Teatro, que actúan, cantan y bailan a la par que los artistas experimentados.

Son muchos los actores, consagrados y nuevos, y los creadores de todas las disciplinas de la escena, que Carlos consigue nuclear a su alrededor con seducción innata. Y ¿qué artista cubano al que aún no le ha tocado, no daría cualquier cosa por trabajar con él?

Carlos no desmaya… ni apenas descansa. No ha sido fruto de la casualidad que cuatro puestas suyas hayan coincidido en el tiempo, en derroche simultáneo al ocupar varios espacios de la calle Línea, ruta crítica y testigo de excepción de sus aventuras. Qué notable ejemplo para quienes se quejan de lo que les falta, languidecen de ocio o se repiten mordiéndose la cola.

Ahora mismo, este Premio tan merecido lo ha sorprendido aún metido en el fragor de su más reciente puesta: Joséphine, cérémonie pour actrices desespérées, de Abilio Estévez, estrenada hace tres días en el Théâtre de la Parfumerie, de Ginebra, por dos actrices cubanas residentes en Suiza.

Los premios son caricia y espuela. Este podrían merecerlo muchos teatristas, y los hay que hace años debieron tenerlo –pienso en Herminia Sánchez, Xiomara Palacio o Armando Morales--. Pero cuando los miembros del jurado: Verónica Lynn, Carlos Pérez Peña, Juan Piñera, René Fernández Santana y Osvaldo Doimeadiós se decidieron por Carlos Díaz, votaron por el presente y por el futuro del teatro.

Por eso me regocija tanto este homenaje. Por eso también, tan pronto Carlos regrese, le miraré a la cara para descubrir el brillo de sus ojos y, cuando le pregunté cómo se siente, de seguro hablará de su próximo montaje.

martes, 13 de enero de 2015

Carlos Díaz, un premio para El Público

Por Norge Espinosa Mendoza
Tomado de www.cubacontemporanea.com

El verano teatral de 1990 regaló a los espectadores habaneros una auténtica revelación. Muchos de los que acudieron a la sala Covarrubias del Teatro Nacional en aquellas jornadas recuerdan la atmósfera y la sorpresa de lo que allí se anunciaba. No una, sino tres puestas, mantuvieron ese impacto en aquella temporada, reclamando al público regresar a dicho espacio, para seguir deslumbrándose, discutiendo y profetizando acerca del destino del director que allí los convocaba.

El fenómeno era, claro, la Trilogía de Teatro Norteamericano que Carlos Díaz estaba empleando como debut formidable en nuestro medio cultural. La Habana letrada se mezcló con esos espectadores, y desde aquel momento quedó plantada una tradición que aún hoy, a más de 20 años, se mantiene: la expectativa intensa que cada estreno de este creador logra despertar desde entonces.


Zoológico de cristalTé y simpatía y Un tranvía llamado deseo eran el origen de esa provocación. Relectura posmoderna, agresiva y seductora de tres textos esenciales de la dramaturgia estadounidense que La Habana había aplaudido entre las décadas del 40 y el 50, y que desde la pantalla del cine regresaban como obsesiones más allá de aquellas puestas cubanas. El fantasma de Tennessee Williams, que nos visitara con cierta frecuencia, retornaba a esta capital; que tuvo también dos puestas simultáneas de la obra de Robert Anderson, quien se añadía a este conjunto transgresor.

Una banda sonora llena de nostalgia, parodia y reminiscencias poderosas, debida a Juan Piñera; un concepto de vestuario en el que Vladimir Cuenca mezclaba high fashion e hiperteatralidad al tiempo que dejaba ver los cuerpos desnudos de actores y actrices sin recato, eran algunos de los elementos más sugestivos de aquella trinidad. Y en el centro de todo esto, la voluntad desacralizadora de un director que había esperado su momento. Y que finalmente lo tenía, no solo para su gusto personal, sino para repartirlo entre aquella muchedumbre que iba una y otra vez a ser cómplice de tanta transgresión.

Es a partir de ahí que Carlos Díaz desata una trayectoria que hoy nos lleva a reconocerlo como el nombre imprescindible e incómodo del teatro cubano contemporáneo. Cuando logra fundar en 1992 Teatro El Público, rinde tributo desde ese nombre a la pieza de Lorca que soñaba estrenar, pero también a sus fieles, esos rostros anónimos que desde el lunetario sostenían nada pasivamente su anhelo de provocación.
Nacido en Bejucal, influido por el sentido de festejo popular de esa localidad, tuvo al teatro como un gesto siempre cercano. En el Instituto Superior de Arte estudió Teatrología y se graduó con una tesis sobre Abelardo Estorino, otro nombre en su lista de obsesiones. Roberto Blanco lo tuvo como asistente de dirección, como dramaturgista y diseñador, hasta que el talento del alumno se desbordó y le hizo abandonar Teatro Irrumpe.

El golpe devino acto de liberación, y Pedro Rentería, director en ese momento del Teatro Nacional de Cuba, lo invitó a lanzarse en un acto mayor. No una puesta, le dijo Carlos, sino tres. Y así vinieron las largas jornadas de ensayo, que terminaban en la madrugada, y la idea enloquecida y fabulosa de hilvanar tres espectáculos sobre esos títulos que hacía mucho no se veían en las tablas de nuestro país.

Las criadasNiñita queridaEl públicoCalígulaEscuadra hacia la muerte,María Antonieta o la maldita circunstancia del agua por todas partesLa CelestinaÍcarosSanta CeciliaLa puta respetuosaLas relaciones de Clara, ¡Ay, mi amor!, Las amargas lágrimas de Petra von KantAnna y Martha,Sueño de una noche de veranoNoche de reyesGotas de agua sobre piedras calientes…, son solo páginas de un álbum mayor, que mezcla éxitos, hallazgos, tropiezos, alegrías, disgustos, polémicas: la hoja de vida de un grupo que se entienda como acto vivo.

En todas esas puestas Carlos Díaz ha trabajado con actores de formaciones y generaciones diversas, ha experimentado en muchas de ellas con la danza, ha reclamado a compositores de valía y a nombres de nuestra plástica.

Mónica Guffanti, Carlos Acosta, Jorge Perugorría, María Elena Diardes, Fernando Hechavarría, Héctor Noas, Broselianda Hernández, Sandra Ramy, Yailene Sierra, Ismercy Salomón, Xenia Cruz, Susana Pérez, Paula Alí, Mayra Mazorra, Waldo Franco, Mijail Mulkay, Léster Martínez, Alexis Díaz de Villegas, Georbis Martínez, Mabel Roch, Lillian Rentería, Carlos Caballero, Héctor Medina, Yanier Palmero… son solo algunos de los intérpretes en los que ha confiado Carlos Díaz a través de puestas diversas, que yendo al barroquismo de sus primeros momentos, o pasando por la cámara negra y el pequeño formato, demuestran que su sello no es cuestión de dimensiones, sino de intensidad, de mirada aguda y frontal hacia el personaje y sus espectadores.

Teatro El Público es esa caja de espejos en la cual el cuerpo y la verdad siguen siendo interrogadas, desde una escala donde el dolor de ese gesto es también placer, y donde la memoria nacional se vuelve espectáculo que relee otras culturas, otras voluntades de la Nación y sus vibraciones, como demostró ese acto de juventud estética que ha representado Antigonón, un contingente épico, sobre texto de Rogelio Orizondo.

Valga un punto aparte para hablar de la relación de Carlos Díaz con Osvaldo Doimeadiós: un dúo de comunicación excepcional, que se reta mutuamente, y nos ha dejado verlos en ese diálogo prodigioso en el que cada uno extrae lo más brillante e insólito de sus caracteres para siempre deslumbrarnos.

Los más de 20 años de Teatro El Público, con Carlos Díaz a la cabeza, son más que una fecha en el calendario. Cuerpos, deseos, posesiones, pérdidas, diálogos inteligentes, color restallante y parodia, drama y alta teatralidad, se mezclan en esas décadas, en esos espectáculos, como una voluntad que no se ha dormido en premios ni en el olvido a la hora de los mismos. Con tenacidad, con perseverancia, ha soslayado falsas acusaciones de provocador, para saber que en el teatro hay un lenguaje autónomo, al que nadie ha de arrebatar el derecho de expresarse alto y claro, por complejo que sea lo que el estreno aborda.

En el teatro, Carlos Díaz ha levantado su casa. Ha encontrado una familia que multiplica a la de Bejucal, y donde siempre hay recién llegados a los que envuelve en su sed incansable de trabajo. No se detiene, ya piensa en otras puestas. Y es capaz de convencer a sus colaboradores más fieles, si lo sabré yo, a proyectos que a otros parecerían irrealizables.

A su manera, rinde tributo a los grandes nombres de la escena y la cultura nacional. Lo tengo cerca de mí, como su asesor desde hace ya casi quince años, para molestarlo, quererlo, regañarlo cuando fuma demasiado, y espolearlo para que no le falten ganas de hacer. Aunque reconozco que en eso último no tengo que empeñarme mucho: trabaja tanto que a ratos abusa de sí. Pero ya sé que no puede evitarlo. Desde ese afán nos ha hecho, lo digo, sus cómplices, y nos invita a regresar al Trianón, su cuartel de mando, para subirnos a la pasarela de ese tablado y hacernos bailar una rumba en tiempo de mascarada.

Su quehacer llena un espacio imprescindible que dialoga felizmente con el desempeño de otros directores y colectivos, es el complemento de estremecimiento y color que redondea y hace parecer más diáfana nuestra idea del teatro, en contraste provechoso con el devenir de otras figuras aún en activo. Y con aquellas que van llegando, y se saben invitadas a ese reto.
Ahora mismo, acaba de estrenar Josefina la Viajera, en Ginebra. Sobre el texto de Abilio Estévez que ya dirigiera en Cuba con Doimeadiós, ha imaginado otra vuelta de tuerca. En una foto que encuentro en Facebook, Abilio y Carlos miran a la cámara. No me alcanza este espacio para manifestar aquí cuánto los quiero y los admiro, cuánto de la idea del teatro que me obsesiona en Cuba tiene que ver con ellos dos, que me acercan a Roberto Blanco, a Francisco Morín, y a Virgilio Piñera en tantas formas.

Los declaro culpables de este delirio que puede ser, incluso, dejarnos llevar por el Premio Nacional de Teatro que se le acaba de entregar a Carlos Díaz, en este 2015 en el que empieza a tener una edad respetable. Lo digo porque sé que volverá a sentarse ante su mesa de dirección, para demostrar que no ha envejecido. Para provocarnos otra vez, con la fe de siempre, con el arrojo que lo identifica, con la pregunta sabrosa y explosiva en los labios, para que luego todo se contamine de teatro.

Todo lo que él toca, se vuelve teatro. Cuando le aplaudimos, caemos bajo ese conjuro. Mago, hechicero, brujo, director, Carlos Díaz se inventó ese cardinal polémico en la escena y la cultura cubana que es ya Teatro El Público. La larga fila de espectadores que cada fin de semana crece ante sus puertas, nos dice que su locura tiene un mayor sentido. Que este Premio que lo reconoce como el gran artista que nos ha dado tanto, es para él como para su público, sin el cual otras cosas no serían así.

No he vivido nunca las Charangas de Bejucal, y sé que tal cosa me la debo. Pero tengo a mi favor el decir que cada vez que entro con Carlos Díaz a un ensayo, de alguna manera estoy viviendo ese festejo. Que suenen los tambores de su pueblo para celebrarlo, para que lo veamos colgar, como ya hizo alguna vez, una filigrana de globos de colores a lo largo de su calle Línea. Estamos todos invitados a su fiesta.


Carlos Díaz, el Premio del año

Por Maité Hernández-Lorenzo
Tomado de www.cubacontemporanea.com

Carlos Díaz, director de Teatro El Público, es el Premio Nacional de Teatro 2015, es decir, el Premio. Con esta noticia el teatro cubano festeja no solo un reconocimiento merecidísimo, sino que pone en valor la creación escénica cubana con un nombre que desde hace más de dos décadas ha estado sembrando, enriqueciendo e iluminando el imaginario teatral de espectadores de varias generaciones.

Graduado de teatrología por el Instituto Superior de Arte, Carlos Díaz, discípulo directo de Roberto Blanco, es hoy uno de los grandes maestros del teatro cubano, capaz de subvertirse, renovarse, revolucionarse en la escena en diálogo fecundo con las hornadas más jóvenes.
Él y Teatro El Público, es decir, su grupo, su país, su familia, han construido –desde la esquina de Línea y Paseo y desde mucho antes, cuando la trilogía de teatro norteamericano removía los cimientos de un paisaje a punto de cambiar, cuando La niñita querida se imponía como un parteaguas entre décadas– una zona de resistencia y creación en la que el teatro ha encontrado eficaz resguardo y vida.

Sobre el escenario que construye y sueña, cual meticuloso y fantasioso artesano, verificamos una tradición de la cual afloran las fibras de Blanco, Berta Martínez, Vicente, y, por supuesto, las Charangas de Bejucal, su fuente primigenia de inspiración.

Su teatro es una referencia directa y obligada para entendernos, para descifrarnos en un espejo que no nos reproduce, sino que nos recrea y enriquece en tanto ciudadanos de hoy y de aquí, nos convoca a pensar y también a divertirnos. No ha dejado de ser nunca una apuesta por la verdad, por las más hondas creencias en el arte teatral.

Con esta distinción a Carlos, el Premio Nacional de Teatro también ha ganado un reconocimiento que se debía desde hace mucho rato. Requetebien por los dos, entonces.

Vínculo: http://bit.ly/1IHpdmp   


viernes, 9 de enero de 2015

"Rent", el musical, De Broadway a La Habana

Con un elenco local sube al escenario de la sala Tito Junco, del complejo teatral de El Vedado Centro Cultural Bertold Brecht. Estará en cartel hasta el 30 de marzo. La dirección es del cubano-norteamericano Andy Señor, jr, quien formó parte del elenco original de esta obra en 1997.

Por Reny Martínez
Tomado de www.danzahoy.com

Nadie pone en duda que esta puesta en escena cubana (con la participación de un equipo mixto de estadounidenses y cubanos), del afamado musical “Rent” constituye un evento relevante en la historia reciente de la escena teatral del archipiélago cubano. Sube a un escenario habanero, por tres meses hasta el 30 de marzo, una de las más laureadas y auténticas de las comedias de Broadway. Pocos días después de otro hecho político trascendental: el anuncio por el Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama (17 de diciembre), del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba; como consecuencia lógica y razonada de varias concesiones políticas por los jefes de Estado de las dos orillas.

Se trata aquí del resultado logrado, por un trabajo de varios meses por un equipo mixto con jóvenes actores y técnicos novatos en este género, de la primera coproducción entre la importante empresa norteamericana de espectáculos conocida por las siglas NWE (Netherlander World Wide Entertainment) y el CNAE (Consejo Nacional de las Artes Escénicas del Ministerio Cubano de Cultura).

El presidente de la NWE, Robert Nederlander, Jr., consideró -en una rueda de prensa la víspera del estreno-, un gran privilegio esta colaboración, alentada por el éxito precedente, en 2011, cuando viajó a la isla caribeña para mostrar la revista “Los embajadores de Broadway”, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana, consiguiendo un rotundo éxito de público y crítica.

Los productores neoyorkinos llevaron a la capital cubana once expertos creativos y artísticos, así como varios kilos de material tecnológico necesarios -talón de Aquiles de las instalaciones teatrales locales-, y de vestuario. Además contaron con la codirección de directores artísticos asociados profesionales jóvenes, quienes quedaron al frente hasta la última función habanera.

Teniendo en cuenta que es una versión totalmente en español, la condición previa apuntó a un elenco de locales, con talentos para el género: cantar, bailar y actuar con pericia. Durante tres meses unos 300 candidatos pasaron por la selección, hasta que se eligieron 15 finalistas que ensayaron por más de un mes, antes de su estreno previsto para la noche de Navidad, el 24 de diciembre. Un tour de force para los actores, cuando se conoce que en Broadway se ensaya una obra por un año, antes de ser mostrada en teatros off-Broadway.

Para las presentaciones aquí eligieron, después de visitar varios teatros de la capital, la sala polivalente Tito Junco, la mayor del complejo teatral de El Vedado Centro cultural Bertold Brecht. Ante las dudas por esta decisión, el director artístico, Andy Señor, jr, experimentado joven cubano-norteamericano, que formó parte del elenco original de “Rent” en 1997, las despejó cuando dijo: “cierto que es una sala limitada en espacio y sin foso para una orquesta, pero ella posibilita una versión más concentrada y, hasta cierto punto, más íntima, en cuanto a una positiva comunicación entre actores y público”.

La puesta en escena habanera no es idéntica a la de Broadway, aunque se trata más bien de un “reajuste” del montaje original, sin traicionar lo esencial del tema ni su dramaturgia. Su estética tiene un referente evidente en la ópera rock de los 90 de la pasada centuria, conocida por las grabaciones de populares bandas, como Queen, The Who o Pink Floyd, entre otras.

El autor de “Rent”, el malogrado escritor Jonathan Larson (1960-1996), por sugerencia de su amigo Billy Aronson, se remitió al núcleo central del argumento para “La Bohéme” de Puccini. Lo tomó como pretexto para modernizar la historia y re-ubicarla en un barrio pobre de la “gran manzana”, “en medio de los convulsos ecos finiseculares”, la multiculturalidad, las luchas por el reconocimiento de la diversidad sexual, el desenfreno social (aparición del VIH) y la rebelión ante “los tradicionales valores familiares.

La presidenta del CNAE, Gisela González, apuntó que “esta colaboración con el NWE es el comienzo de un camino promisorio”, teniendo en cuenta las posibilidades de retornar a unas relaciones más armónicas con el gobierno norteño.

La música
El excelente material sonoro, que incluye temas que fueron grandes éxitos, como “Si quieres tienes”, “La vie de boheme” (con guiños al original de Puccini), otros como “Tango Maureen” y “Te abrigaré”, o el estelar “Tiempos de amor”, grabado independientemente por Steve Wonder con el título de “Seasons for Love”. Con el acompañamiento musical de una pequeña banda formada por instrumentistas de muy buen nivel profesional -con la fortuna de tener el aporte de buenos instrumentos electrónicos por parte de la NWE-, particularmente impresionante fue la tecladista con su espectacular rojiza cabellera rizada.

Sin duda, la dirección artística -con merecida mención para la fundamental ejecutoria de Reynier Rodríguez, con abundante currículo teatral y documental-  trabajó con ahínco en pro de lograr un elenco cohesionado, sin desviarse hacia un posible divismo. Algunos actores con mayor entrega en sus papeles que otros, pero que no tienen la dicción pulida o cantan mejor, porque sus voces están mejor colocadas, timbradas o ajustadas en sus matices a las exigencias dramáticas de sus personajes. En cambio, el despliegue del diseño coreográfico se ve mermado o desestimado debido a las limitadas condiciones espaciales de esta sala, que no permite un desarrollo coreográfico propio del género, que es un elemento importante para el éxito pleno de los musicales.

El material escenográfico, así como el vestuario, dentro del llamado minimalismo, se ajusta bien a las intenciones de sus productores, es decir que se divorcian de las suntuosas producciones de moda en los teatros neoyorkinos de la “vía blanca”.

La trayectoria de “Rent” en América Latina comenzó en 1999, cuando se presentó en México, DF., ese mismo año viajó a Sao Paulo, Brasil. En 2005 llegó a la pantalla grande. Luego, en 2008 fue a los escenarios de Buenos Aires. En 2010, pasó por Lima, la capital peruana, y ahora en La Habana. La NWE anunció el retorno de “Rent” a la escena bonaerense en 2015.

sábado, 3 de enero de 2015

Alucinaciones Macbeth: discurso de cuerpos que habitan.

Por Blanca Felipe

El clásico shakespereano invade la sala Adolfo Llauradó en la II Bacanal de Títeres para Adultos, una fabulación titiritera del maestro René Fernández y su grupo Papalote en una pasión por la tragedia que sacude al espectador por su espectacularidad. Ritual de cuchillos en rojo de sangre y extremos, con esperpentos colocados delante de los actores quienes usan sus manos y pies para completar los personajes y que a veces lo separa.

Rostros en grises claros y oscuros con cabelleras rojas y tejidos que cuelgan de los hombros de las figuras y manos con guantes rudos típicos del cortador de caña cubano, para un diseño sugestivo de figuras de Jackeline Ramírez.

Se destaca la síntesis dramatúrgica de René que cuenta desde los personajes de Macbeth, Lady Macbeth, Banquo y Macduff para experienciar la culpa y la extrema crueldad desatada en la obsesión de Macbeth por el poder. El héroe trágico se sumerge en su tormento y René alucina imágenes junto a las de Shakespeare, incluyendo el recurso del coro para vaticinar, informar e interactuar con sentido coreográfico pero de fuerte teatralidad, mientras los titiriteros en personajes y coro hacen pirotecnia del humo de la guerra infierno, mantas de sangre o banderas en rojo que cortan el espacio junto a varas rústicas que son como lanzas de guerra, prisión. Espacio que en el desnudo de las paredes sin aforo fluctúa en cenitales sombras o el espacio todo.

El universo sonoro del espectáculo tiene una banda hermosa y sentida de Raúl Valdés que se lía a los que provocan los actores. Recuerdo la imagen de Lady Macbeth atormentada y derrotada por manos ensangrentadas que tratan de limpiarse rudamente y provocan sonidos ásperos.
Hay un discurso de cuerpos que habitan en la materialidad de la escena, en el tiempo de la historia y en el de la audiencia. Hay una unidad de energías actorales y un acople que da coherencia para el reto indudable que significa hacer una tragedia con títeres.


Una vez más el maestro da señales de jerarquía artística y de osadía marcando un espacio dentro de la propuesta diversa de esta peculiar bacanal.