miércoles, 5 de agosto de 2015

Un portazo hacia adentro

Por Frank Padrón
Tomado de www.granma.cu 

Tuve la dicha de integrar el jurado que otorgó el premio Uneac de dramaturgia José Antonio Ramos 2014 a la pieza Mecánica, de Abel González Melo; junto a su colega Ulises Ro­drí­guez Febles y el director Alfonso Qui­ñones elegimos entre cinco piezas fi­nalistas esta que nos pareció la más re­donda y motivadora.

Resulta otro goce que a pocos me­ses de entregar el lauro ya un gru­po en la capital lo haya hecho rea­lidad escénica y no uno cualquiera sino Argos Teatro, cuya trayectoria avala cualquier montaje y como si fuera po­co se ha “especializado” en la obra de G. Melo con resultados siem­pre satisfactorios.

Y la alegría que comienza con el propio autor viéndose representado, estriba personalmente en el he­cho de haber contribuido modestamente a ello con mi voto, pero también porque el teatro, amén del placer que reporta leerlo, es sobre todo, para ser visto y oído, “respirado” y sabo­rea­do junto a los actores en escena, algo que Argos Teatro nos ha permitido en su pequeña y acogedora sede durante todo el mes de julio.

Bajo la dirección de quien lidera ese colectivo, Carlos Celdrán, Me­cá­nica abandona el contexto marginal y sórdido que alimenta piezas an­teriores del dramaturgo (además de Chamaco, Nevada, Talco, Aden­tro…) para viviseccionar el ex­tremo opuesto: los nuevos ricos que, instalados en puestos de confianza, la traicionan junto al propio pueblo y a sus compañeros de trabajo con manejos turbios y mal uso de los recursos y fondos que tienen en sus manos.

Sin embargo, los intereses éticos, ontológicos y sociales del autor son los mismos: calar hondo en el ser humano, sus contradicciones, errores, dudas y conflictos, siem­pre en re­lación con el hábitat donde se desarrolla y confluye. Abel es como un biólogo paciente y riguroso que explora las reacciones de seres que pudieran ser insectos si no tuvieran la inteligencia superior, y también, con frecuencia, la capacidad para torcer el rumbo natural de las cosas a su beneficio y en contra de los otros, de sufrir y propiciar sufrimiento debido a sus acciones, que los vuelve mucho más peligrosos que los más dañinos miembros del reino animal.
Mecánica habla, reflexiona e invita a hacerlo sobre todo esto pero en el aquí y el ahora, de modo que, sin perder su ostensible propuesta universalista nos está advirtiendo y co­mentando sobre realidades que nos rodean y condicionan en tanto cu­banos del siglo XXI, sobre personas que, al frente de responsabilidades en el turismo de donde procede par­te de los recursos necesarios para im­prescindibles proyectos so­ciales de bien común, ellos desvían y ma­logran egoístamente.

La caracterización de los personajes, como es habitual en el dramaturgo, denota un inteligente ca­la­do; sus interrelaciones complementan y efectúan una “puesta en abismo” acerca de muchas de esas circunstancias a que nos referíamos, y otras, mediante diálogos de gran fluidez y fuerza que no solo complejizan el relato sino que mantienen interesado al público de principio a fin, sin que el ritmo decaiga ni un instante.

Melo realiza una sui generis paráfrasis de Ibsen en su aún elocuente Casa de muñecas, solo que el portazo final no lo emprende una Nora pronta a liberarse de ataduras matrimoniales y familiares en la No­ruega del siglo XIX sino un hombre, cubano, en el Varadero del presente, Osvaldo Telmer, sometido por vo­luntad propia a la tiranía económica de Nara, su mujer (nótese la similitud nominal con los protagonistas ibsenianos), gerente de una importante cadena hotelera —cuyo nombre simboliza contextos mayores—, y cuyos errores lo llevan a un callejón profesional y marital sin aparente salida.

Por ello, al contrario de aquel portazo famoso que todavía resuena hoy cuando de gritos feministas y emancipadores se trata, el que constituye desenlace de Mecánica lo es puertas adentro. ¿Realmente este esposo derrumbado se irá, lo abandonará todo, como Nora?, se preguntan casi en el minuto final los espectadores. Y es aquí donde la obra adquiere contextualización y vigencia adecuadas.

Carlos Celdrán ha enriquecido con su largo visor teatral la perspectiva de la pieza y nos regala una puesta con la visceralidad y a la vez, la sencillez comunicativa que lo caracterizan.
Eligió como escenografía, con la profesional complicidad de Alain Ortiz, un blanco gélido que recuerda el infierno heterodoxo de Sartre en A puerta cerrada, aludiendo a la vez a la frialdad de esas almas que penan y hacen penar por su mediocridad humana mal creída superior; el diseño de vestuario (Vladimir Cuenca) ayuda extraordinariamente a la caracterización del dramatis personae como lo hacen la banda sonora y la música (Denis Peralta) reforzando atmósferas y subtextos, o las siempre expresivas luces de Manolo Garriga respecto al desarrollo y evolución del conflicto: toda una lucha (también) de poderes que va ganando en temperatura dra­­mática.

Las actuaciones son otro punto sólido en Mecánica; los histriones se mueven en el pequeño espacio como si lo hicieran en un macromundo, porque sus actitudes y aspiraciones tienen la perspectiva de quienes conquistan imperios, hasta que las sombras del pasado y el pe­cado social amenazan con de­rrum­barlo todo; (des)amor, codicia, am­biciones que si no matan físicamente arruinan cuanto tocan, se mueven y pugnan en escena pero no al estilo de las moralidades griegas sino como seres concretos que aho­ra tienen los rostros y las acciones de Car­los Luis González, Yuliet Cruz, Ra­chel Pastor, José Luis Hi­dal­go/­Wal­do Franco y Yailín Coppola.

Salvo algunos momentos en que congela un tanto la expresión de sufrimiento en pleno derrumbe, Car­los Luis entrega uno de sus trabajos hasta ahora más acabados; Yuliet repite esa variedad de matices y esa energía que caracteriza ca­da entrega; José Luis Hidalgo con­tagia una vez más con la intensidad y el sentido shakesperiano de sus atormentados roles, Yailín Cop­pola se luce magistral en sus tran­siciones.

Mecánica es otro momento fe­liz de la temporada escénica ha­ba­nera, otras nupcias felices en­tre su au­tor, Abel G. Melo y Ar­gos Teatro.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario