martes, 11 de agosto de 2015

El Taller Coreográfico se muda al Martí

Por Yuris Norido
Tomado de cubasi.cu


Por tercer año consecutivo, el Ballet Nacional de Cuba convocó a su Taller Coreográfico, una de las más interesantes iniciativas de la compañía que dirige Alicia Alonso. Coreógrafos de disímiles promociones y procedencias, presentaron creaciones este fin de semana en el capitalino teatro Martí.

 Abrió el programa un ejercicio de evidente vocación neoclásica: Poema, coreografiado por Eduardo Romero sobre la música de José María Vitier. Es una pieza prácticamente decorativa, sin búsquedas, sin profundidades, sin implicaciones de peso. Un jovencísimo cuerpo de baile la asumió sin penas ni glorias. Quizás faltó compromiso en la ejecución, pero tampoco había un entramado sugerente. Pareció la propuesta más endeble de la función.

Diciembre, del joven coreógrafo de Danza Contemporánea de Cuba Raúl Reinoso, cuenta con basamentos mucho más sólidos. Se trata de un dúo bien interpretado por los bailarines Daniela Gómez y Manuel Verdecia, en el que a todas luces se narra el itinerario de una relación. El planteamiento de la metáfora es convincente, las secuencias son incitantes, pletóricas de significaciones más o menos evidentes. Hay que aplaudir la fluidez de la línea danzada, el talante dramático, el diálogo de la coreografía con la música de María Teresa Vera. La atmósfera está bien conseguida, aunque por momentos parecen excesivos los cambios de luces. 

Say Something, del joven Daniel Rodríguez Rittoles, también se ocupa de una relación de pareja, marcada por encuentros y desencuentros. Ely Regina y Rafael Quenedit le otorgaron particular intensidad a una pieza con claras intenciones narrativas, aunque sin grandes pretensiones metafóricas. Hay buen gusto, hay vocabulario, hay un interesante trabajo con los planos. Como en la obra anterior, el tema musical influye tremendamente, no es puro acompañamiento. Este coreógrafo tiene potencial, hay que estar al tanto.

Una creadora habitual en estos talleres, Maysabel Pintado, propuso, quizás, la más compleja de las coreografías de la ocasión: Desencuentro, con música de Denis Peralta interpretada en vivo por la cellista Lilliam Chacón. Dos solistas en un devenir incierto, sin poder concretar su unión, entre un cuerpo de baile movido por disímiles impulsos, gente que por momentos es obstáculo y por momentos puro contexto. Es muy interesante el planteamiento, que explicita conflictos perfectamente reconocibles. Plausible también el trabajo al unísono de varios núcleos, de manera que se multiplica el centro de atención. No está del todo resuelto el movimiento de la instrumentista por el escenario, introduce una distracción que la coreografía no logra asimilar aunque lo intente.

Lázaro Batista, bailarín de Danza Teatro Retazos, parte de una gestualidad sobria aunque hasta cierto punto rebuscada para ir complejizando su propuesta, Espacios, que termina por concretar una interacción no exenta de conflictos entre tres sujetos. El vocabulario rehúye esteticismos, hace énfasis sobre todo en la capacidad de trasmitir emociones, de manera destemplada, cortante, ruda. Un ejercicio interesante para los bailarines, que no suelen asumir piezas de este estilo.


Por último, una de las más conseguidas coreografías de este taller, Dueto, de Ely Regina. En anteriores talleres, esta primera solista del Ballet Nacional ha presentado credenciales con piezas muy bien recibidas por el público. Ahora presentó un dúo de marcada plasticidad, que contamina la línea más convencional con movimientos de súbita originalidad, pero que se insertan perfectamente en la línea danzada. Ely Regina, a todas luces, es hábil a la hora componer secuencias, pero también tiene noción de la alternancia de tempos, dominio del espacio escénico, pulso para consolidar unidades de sentido… aunque el planteamiento sea básicamente abstracto. Lo he dicho más de una vez: ella hace rato dejó de ser una promesa. Destacable también el trabajo de los bailarines principales Dayesi Torriente y Luis Valle, precisos, funcionales, a la altura de todas las demandas.

El Taller Coreográfico del Ballet Nacional de Cuba debe seguir haciendo aportes al repertorio activo de la compañía. Siempre lo decimos: ojalá que algunas de estas piezas trasciendan esta temporada de estrenos.

lunes, 10 de agosto de 2015

¿Qué nos trajo la temporada teatral?

Por Frank Padrón
Tomado de www.juventudrebelde.cu

Varios y significativos estrenos y/o reposiciones nos entregó la cartelera escénica en las últimas semanas. Revisemos algunos de ellos.

No es muy frecuente hallar propuestas de eso que llaman café concert o simplemente, un tipo de show que incluye poesía, monólogos, etc, y que parte de aquel «cabaré político» de raíces brechtianas; por ello fue grato recibir durante todo julio el espectáculo Café CCPC (The Cuban Coffee by Portazo´s Cooperative) por el ya consolidado grupo matancero.

El recinto de la sala Tito Junco, devenido «centro nocturno» —mesas y consumo incluidos— se repletó durante todos los fines de semana que permaneció la puesta en cartel, demostrando la avidez del público, sobre todo el joven, por este tipo de propuesta.

Textos que iban del propio Bretch al director del grupo (Pedro Franco), pasando por Bonifacio Byrne, Leonor Pérez de Martí, Israel Domínguez y Charles Bukowski, entre otros, alternaban con canciones dobladas y/o cantadas, monólogos y coreografías en una combinación que tenía tanto de la ligereza y el «glamour» del cabaré como de la enjundia y la seriedad del teatro más reflexivo, en el cual se compartían ideas y preocupaciones en torno a la contemporaneidad y la historia, siempre con respeto y ética, aun cuando imperara la revisión crítica.

Claro que no todo exhibe el laurel de lo cristalizado: coristas que desafinan, lo cual se aprecia más por cuanto deben cantar cerca de las mesas; actuaciones no siempre al mismo nivel (por ejemplo, la joven que hace las veces de anfitriona sobreactúa y a veces hasta grita, innecesariamente) como tampoco las coreografías (a destacar: la que acompaña la famosa tonada del «medio peso»), pero hay ritmo, fluidez escénica, lograda expresividad en el vestuario y la escenografía, movimiento ideoestético sin «teques» ni panfletos y un considerable equilibrio entre los tonos dramáticos que desprenden de este sui géneris cabaré, jornadas provechosas con El Portazo.

De Matanzas también, y con la música igualmente de cordón umbilical, se presentó nuevamente Teatro de las Estaciones bajo la dirección de Rubén Darío Salazar con uno de esos espectáculos que logra lo mismo el disfrute de niños que el de adultos: el laureado Cuento de amor en un barrio barroco, esta vez girando por buena parte de la Isla.

Dedicado ahora a los flamantes 500 años de Santiago de Cuba, es justamente un hijo de esas tierras quien centraliza este espectáculo multidisciplinario que incluye títeres, marionetas, actores de carne y hueso y músicos; en esta última categoría se ubica de quien hablamos: el cantautor William Vivanco, en cuya obra descuellan células del Caribe y América Latina, incluyendo, claro está, la rica música cubana con ritmos definitorios (son, danzón, afro, sucu-sucu…), buena parte de los cuales despliega aquí con la estrecha complicidad de la excelente orquesta juvenil Miguel Faílde.

Cuento de amor… es eso mismo, y es barroco también hasta los tuétanos por su explosión de colores, formas y sonidos conformadores de ese peculiar estilo en nuestro contexto que, al decir de estudiosos como Carpentier y Severo Sarduy, significa una adecuación muy sui géneris del gran movimiento universal.

La sencilla historia de sirenas y marineros, narrando una aventura que sabe a salitre y sensualidad caribeñas se disfruta de principio a fin: Vivanco no solo aporta su música y su sandunga escénica, sino que se alinea con los notables actores quienes, solos o manejando muñecos, llevan la narración a buen puerto, también literalmente, envueltos en la policromía y la riqueza de los decorados, vestuario y escenografía.

Otra oferta veraniega en lo que a teatro respecta es El amnésico y la entregada, de la dramaturga puertorriqueña Carmen Zeta, por la compañía Rita Montaner, en versión y puesta del actor Ariel Gil; los «tira y encoge» de una pareja cansada de la convivencia y los años de relación son enfocados desde la perspectiva feminista de la autora, emplazando el machismo y la inmadurez del hombre y abogando por la toma de conciencia y la rebeldía de la mujer ante tales despropósitos.

La puesta de Gil sobresale por una escenografía imaginativa y funcional, así como por una perspectiva dialógica que trabaja la sorpresiva presencia de actores entre el público, desconcertando un tanto a este, pero a la vez confiriendo dinamismo y originalidad al hecho teatral, que incluye los desdoblamientos actorales respecto a sus personajes. Falla, sin embargo, en ciertos excesos (el personaje que comenta, suerte de «coro griego» individualizado, une a participaciones ingeniosas otras superfluas y hasta impertinentes), y en la proyección de la mayoría de los histriones, quienes tienden a confundir espontaneidad y soltura con gesticulación altisonante o pobreza expresiva.

Un elenco muy joven conforma Family trash (Coreografía de la ausencia) que libremente se inspira en la muy representada Yo estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia, del famoso y malogrado dramaturgo francés Jean-Luc Lagarceen, versión y puesta de José Ramón Hernández, también al frente del grupo Osikán (Plataforma escénica experimental).
Núcleos disfuncionales que dejan huellas en adolescentes y adultos desde las edades más tempranas aparecen dibujados en el verbo y la imagen de seres que narran sus vivencias, en las cuales se aprecia una enérgica condena a manifestaciones como el racismo, la homofobia y el patriarcado.

Asistida dramatúrgicamente por Yohayna Hernández, audiovisualmente por Ayanúkún producciones, con edición de Gabriel Estrada, dirigida y producida por Erick Gómez Toyos, Family… ofrece no solo textos de gran pegada y fuerza, sino una imaginativa concepción escénica que suma segmentos de filmes y fotos, desplazamientos coreográficos y soluciones que apuntan a un creativo minimalismo el cual sugiere e invita a nuevas lecturas con pocos recursos.

Los actores (Yoelkis Maceo, Osvaldo Pedroso, Alaín Cantillo, Ally Blanco, Ilhasa Vanessa…) oscilan entre momentos muy sentidos y bien encauzados y otros donde requieren de mayor precisión y ductilidad, pero en términos generales, llevan por buena senda sus desempeños.
Un colectivo a seguir, entonces, esta Plataforma escénica experimental, que realmente lo es en el mejor sentido.

Los tesoros de Adelett



Por Ada Oramas
Tomado de www.tribuna.cu

 ¿Titiritero, actor, mago, dramaturgo, maestro, artesano o soñador?...Estas definiciones apenas bastan para calificar el arte de Adalett Pérez Pupo, un creador que fascina con la palabra o las joyas que nacen de sus manos y caracterizadas por decorados donde inserta personajes en relieve de exquisita factura.

Conocedora de su talento y posibilidades infinitas como creador, no pude evitar permanecer atrapada en la fantasía que emana de obras, donde los títeres se “liberan” de sus manos y adquieren personalidad propia.

Así ocurrió al final del encuentro en el barrio, cuando los niños reían, aplaudían y vivían momentos de júbilo, en la calle 212 entre 92 y 101, en el reparto Novoa de Alturas de La Lisa.
Se trata de un proyecto comunitario, de connotaciones didácticas, cuyo objetivo es promover la apreciación artística y detectar talentos noveles pues, según revela, ha descubierto magos y titiriteros entre sus alumnos.

Adalett, en estos momentos, alienta y enseña, mientras el resto de los discípulos adquiere conocimientos sobre la fabricación de los muñecos y se adentran por los vericuetos de las artes escénicas.

El cuarto de lo soñado

De sorpresa en sorpresa, entro en una sala, donde asoman títeres y marionetas, sentados en butacas, sillas o colocados en la pared, en lo que podría definirse como un avance de lo que oculta el cuarto de lo soñado.

Se trata de una habitación de medianas dimensiones y alto valor estético con una colección en la cual asoman los protagonistas de sus obras, entre ellas La Cotorrita Alegría; la cual representa mucho más que un instrumento de trabajo. Pues su creador la llama la estrella de la compañía. “Es la primera figura de mis espectáculos y representa mi alegría de vivir”, asegura.

No me canso de contemplar esos títeres que asoman traviesos en una multitud de muñecos diseñados y construidos por este artista aplaudido en varios países de América Latina y considerado en Cuba como uno de los maestros del teatro para niños, a quien también elogian los adulto por la vida de estas hermosas piezas concebidas para un museo de ensueños.

En el arca, una presencia inolvidable

Con la obra El tío Coyote y el tío Conejo. Acaba de brindar una temporada con su compañía con el teatro de títeres El Arca, en el Centro Histórico de La Habana, cuya apariencia y terminación fueron reconocidas por los espectadores.

A partir de una curiosa combinación de plastilina y otros materiales, invita a quienes no han vivido la aventura de contemplar tales tesoros, donde los tíos Coyote y Conejo se apropian de las frutas del huerto de Doña Federica y reciben una lección inolvidable del respeto a lo ajeno. El final, inolvidable, es protagonizado por la Cotorrita Alegría, pletórica de vida como sus compañeros en este retablo de maravillas.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Un portazo hacia adentro

Por Frank Padrón
Tomado de www.granma.cu 

Tuve la dicha de integrar el jurado que otorgó el premio Uneac de dramaturgia José Antonio Ramos 2014 a la pieza Mecánica, de Abel González Melo; junto a su colega Ulises Ro­drí­guez Febles y el director Alfonso Qui­ñones elegimos entre cinco piezas fi­nalistas esta que nos pareció la más re­donda y motivadora.

Resulta otro goce que a pocos me­ses de entregar el lauro ya un gru­po en la capital lo haya hecho rea­lidad escénica y no uno cualquiera sino Argos Teatro, cuya trayectoria avala cualquier montaje y como si fuera po­co se ha “especializado” en la obra de G. Melo con resultados siem­pre satisfactorios.

Y la alegría que comienza con el propio autor viéndose representado, estriba personalmente en el he­cho de haber contribuido modestamente a ello con mi voto, pero también porque el teatro, amén del placer que reporta leerlo, es sobre todo, para ser visto y oído, “respirado” y sabo­rea­do junto a los actores en escena, algo que Argos Teatro nos ha permitido en su pequeña y acogedora sede durante todo el mes de julio.

Bajo la dirección de quien lidera ese colectivo, Carlos Celdrán, Me­cá­nica abandona el contexto marginal y sórdido que alimenta piezas an­teriores del dramaturgo (además de Chamaco, Nevada, Talco, Aden­tro…) para viviseccionar el ex­tremo opuesto: los nuevos ricos que, instalados en puestos de confianza, la traicionan junto al propio pueblo y a sus compañeros de trabajo con manejos turbios y mal uso de los recursos y fondos que tienen en sus manos.

Sin embargo, los intereses éticos, ontológicos y sociales del autor son los mismos: calar hondo en el ser humano, sus contradicciones, errores, dudas y conflictos, siem­pre en re­lación con el hábitat donde se desarrolla y confluye. Abel es como un biólogo paciente y riguroso que explora las reacciones de seres que pudieran ser insectos si no tuvieran la inteligencia superior, y también, con frecuencia, la capacidad para torcer el rumbo natural de las cosas a su beneficio y en contra de los otros, de sufrir y propiciar sufrimiento debido a sus acciones, que los vuelve mucho más peligrosos que los más dañinos miembros del reino animal.
Mecánica habla, reflexiona e invita a hacerlo sobre todo esto pero en el aquí y el ahora, de modo que, sin perder su ostensible propuesta universalista nos está advirtiendo y co­mentando sobre realidades que nos rodean y condicionan en tanto cu­banos del siglo XXI, sobre personas que, al frente de responsabilidades en el turismo de donde procede par­te de los recursos necesarios para im­prescindibles proyectos so­ciales de bien común, ellos desvían y ma­logran egoístamente.

La caracterización de los personajes, como es habitual en el dramaturgo, denota un inteligente ca­la­do; sus interrelaciones complementan y efectúan una “puesta en abismo” acerca de muchas de esas circunstancias a que nos referíamos, y otras, mediante diálogos de gran fluidez y fuerza que no solo complejizan el relato sino que mantienen interesado al público de principio a fin, sin que el ritmo decaiga ni un instante.

Melo realiza una sui generis paráfrasis de Ibsen en su aún elocuente Casa de muñecas, solo que el portazo final no lo emprende una Nora pronta a liberarse de ataduras matrimoniales y familiares en la No­ruega del siglo XIX sino un hombre, cubano, en el Varadero del presente, Osvaldo Telmer, sometido por vo­luntad propia a la tiranía económica de Nara, su mujer (nótese la similitud nominal con los protagonistas ibsenianos), gerente de una importante cadena hotelera —cuyo nombre simboliza contextos mayores—, y cuyos errores lo llevan a un callejón profesional y marital sin aparente salida.

Por ello, al contrario de aquel portazo famoso que todavía resuena hoy cuando de gritos feministas y emancipadores se trata, el que constituye desenlace de Mecánica lo es puertas adentro. ¿Realmente este esposo derrumbado se irá, lo abandonará todo, como Nora?, se preguntan casi en el minuto final los espectadores. Y es aquí donde la obra adquiere contextualización y vigencia adecuadas.

Carlos Celdrán ha enriquecido con su largo visor teatral la perspectiva de la pieza y nos regala una puesta con la visceralidad y a la vez, la sencillez comunicativa que lo caracterizan.
Eligió como escenografía, con la profesional complicidad de Alain Ortiz, un blanco gélido que recuerda el infierno heterodoxo de Sartre en A puerta cerrada, aludiendo a la vez a la frialdad de esas almas que penan y hacen penar por su mediocridad humana mal creída superior; el diseño de vestuario (Vladimir Cuenca) ayuda extraordinariamente a la caracterización del dramatis personae como lo hacen la banda sonora y la música (Denis Peralta) reforzando atmósferas y subtextos, o las siempre expresivas luces de Manolo Garriga respecto al desarrollo y evolución del conflicto: toda una lucha (también) de poderes que va ganando en temperatura dra­­mática.

Las actuaciones son otro punto sólido en Mecánica; los histriones se mueven en el pequeño espacio como si lo hicieran en un macromundo, porque sus actitudes y aspiraciones tienen la perspectiva de quienes conquistan imperios, hasta que las sombras del pasado y el pe­cado social amenazan con de­rrum­barlo todo; (des)amor, codicia, am­biciones que si no matan físicamente arruinan cuanto tocan, se mueven y pugnan en escena pero no al estilo de las moralidades griegas sino como seres concretos que aho­ra tienen los rostros y las acciones de Car­los Luis González, Yuliet Cruz, Ra­chel Pastor, José Luis Hi­dal­go/­Wal­do Franco y Yailín Coppola.

Salvo algunos momentos en que congela un tanto la expresión de sufrimiento en pleno derrumbe, Car­los Luis entrega uno de sus trabajos hasta ahora más acabados; Yuliet repite esa variedad de matices y esa energía que caracteriza ca­da entrega; José Luis Hidalgo con­tagia una vez más con la intensidad y el sentido shakesperiano de sus atormentados roles, Yailín Cop­pola se luce magistral en sus tran­siciones.

Mecánica es otro momento fe­liz de la temporada escénica ha­ba­nera, otras nupcias felices en­tre su au­tor, Abel G. Melo y Ar­gos Teatro.

martes, 4 de agosto de 2015

Triunfadela, de El Ciervo Encantado

Por Jaime Gómez Triana
Tomado de www.juventudrebelde.cu

 Coherente con la línea de investigación que lleva adelante Nelda Castillo, la actriz y directora de El Ciervo Encantado, su reciente performance en escena, Triunfadela, explora un conjunto de imaginarios que hacen parte de lo que somos.

Más allá de símbolos o estereotipos, esta vez interesa a El Ciervo Encantado profundizar en la relación de las colectividades y los individuos con esa que en el programa de mano identifican como la copiosa «tradición cubana de actos, asambleas, marchas, concentraciones, reuniones, homenajes, aniversarios, desfiles, conmemoraciones, galas…». 
Pocos elementos permiten al grupo entrar en la zona específica de la memoria que no solo archiva sino también catapulta prácticas sociales, algunas de las cuales con el tiempo hemos visto vaciarse de contenido para transitar hacia un discurso formal, vana repetición sin tuétano, retórica desconectada de la acción, que satura y acaba por distanciar y desintonizar. Para proponer este espacio de reflexión en torno a las formas, usos y abusos del discurso triunfalista entre nosotros, el grupo ofrece una especie de díptico abierto a colaboraciones de creadores invitados. La presencia central de Mariela Brito, quien nuevamente ofrece muestras de su excelencia, da cuerpo a toda la acción, sin perder de vista a los espectadores ni por un momento —por esta interpretación, presentada en la ciudad de Nueva York durante el Festival de Teatro Hispano del Comisionado Dominicano de Cultura en los Estados Unidos, la Organización Hispana de Actores Latinos (Hola, por sus siglas en inglés), le acaba de otorgar a la actriz uno de sus Premios 2014-2015 a la Excelencia en Teatro.

Los teatristas han seguido durante algún tiempo a personas «privadas de la razón» que deambulan en lugares públicos. Algunos de ellos parecen haber quedado detenidos para siempre en medio de un acto, una concentración, un evento masivo o de una estratégica acción de combate, responsabilizados con transmitir ideas que consideran de la mayor importancia o con sostener un estado de cosas del cual depende la supervivencia de todo el universo. Estos «locos», que habitualmente evitamos y que a veces son objeto de burla irresponsable, están aferrados a actitudes, comportamientos y palabras.

Más que al discurso mismo y al andamiaje ideológico al que este hace referencia, la intervención escénica se instala en el ámbito de comunicación performativa, de su puesta en circulación, para, desde allí, ir a estudiar los modos en que leemos esa tradición cívica —y también épica—, que en los nuevos tiempos es percibida fundamentalmente por algunos de los más jóvenes, como testimonio de un pasado remotísimo, teque,  muela…

Analizado desde la distancia que la síntesis artística permite, el triunfalismo resulta verdaderamente extremo y terriblemente peligroso.

El performance funciona más que como obra (objeto) como acción (efecto). Su función, aunque estética, pone el énfasis sobre la relación. El público en escena participa, forma parte, por lo que Triunfadela no debe ser considerada una propuesta unipersonal. El trabajo consiste precisamente en construir un espacio de investigación en el que podamos estudiar las reacciones. El conjunto de los espectadores conforma una muestra diversa desde todos los puntos de vista. La propuesta de cierto modo ficcionaliza esa participación, pero el acto mismo de participar, el modo en que colabora cada espectador, sea directamente convocado o no, abre el ámbito de acción concreta y lo ancla de manera directa en lo real, o sea, más allá del espacio de juego que los creadores construyen.

La obra deviene así una especie de cámara al vacío en el que se evocan sucesos y sensaciones que conectan directamente con las vivencias de cada una de las personas implicadas. Desde el arte esta propuesta nos obliga a reflexionar no ya sobre la historia reciente del país y las maneras en que esta ha sido y puede ser registrada, sino acerca del modo en que cierta retórica ha ido conformando en algunos individuos una forma de comportamiento, que en ocasiones resulta totalmente indolente, descomprometido, superficial. Como en otros espectáculos, El Ciervo Encantado pone el dedo en la llaga al mostrar con todo rigor y sin complacencias de ningún tipo, la ingeniería interna del «brillo en el ombligo». Se actualiza así desde el teatro un estudio psicosocial que tiene su cumbre en la obra de autores tales como José Antonio Ramos, Alfonso Bernal del Riego, Jorge Mañach y Eladio Secades. Se suma a ello una peculiar habilidad para asumir y procesar nuestra propia tradición teatral, en particular la de nuestro teatro bufo, no solo desde su capacidad para reconfigurar y repensar lo social a través de tipos y estereotipos, sino sobre todo desde sus estrategias de diálogo con el pasado, presente y futuro de la nación.

lunes, 3 de agosto de 2015

Un altar de amores

Por Omar Valiño
Tomado de www.granma.cu


En apenas cuatro años, allá en Matanzas, se ha consolidado un grupo teatral. Un grupo que avanza y no de manera silenciosa. Se llama Tea­tro El Portazo. Lo integran varios jóvenes, actrices y actores, y colaboradores de otras especialidades siempre necesarias a la escena. Al frente, Pedro Franco.

Con carta de presentación hacia fines del 2011 con Por gusto, de Abel González Melo, sumó luego Antígona, de Yerandy Fleites y Semen, de Yunior García. Una coherente trilogía a partir de jóvenes autores nacionales, en la que Franco demostró capacidad de invención y de conexión con los nuevos segmentos de público que quiere privilegiar.

El Portazo conquistó su territorio sin esperar a que le cayera del cielo ni reclamarlo en reuniones. Contaban con el patio de la Asociación Her­manos Saíz en Matanzas y eso fue lo que convirtieron en espacio escénico. Desde el principio, me cautivó el gesto: la decisión de expresarse a través del teatro aun sin todas las condiciones listas. Querían  hablar de sí mismos a través de su arte y sin pedir permiso, esencia que tanta falta nos hace.

Cuando cursaba estudios de secundaria y preuniversitario, allá por los 80 del siglo pasado, se requería a la juventud con una alquimia ideal: había que ser alegres pero profundos. Ahora mismo, he recordado el imperativo al apreciar el magnífico funcionamiento de la “fórmula” —no tan fácil como puede pensarse—, en Cuban Coffee by Portazo Cooperative o CCPC por su juguetona sigla, el cuarto espectáculo de El Por­tazo, bajo la dirección de su líder Pedro Franco, mejor grupo y director de todas las recientes fundaciones juveniles del teatro insular.

Para la alegría y el divertimento, Franco elige un cabaret. Para las incisiones en el cuerpo social cose diversos textos de jóvenes dramaturgos y otros de distinto origen. La estructura del cabaret le ofrece capacidad de maniobra para combinar “números”, canciones, escenas, mo­nólogos en un aquelarre muy bien pautado, organizado y ejecutado; asumido con extrema libertad. Así, el espectáculo rinde culto a una filosofía: de homenaje y rebelión. Y se manifiesta, en cierto sentido, de modo metodológico. Consume su primera parte en explicarnos los objetivos del discurso y la manera en que lo harán, desde la misma condición divertidísima que luego desatará con todo esplendor la puesta en escena hasta culminar en la fiesta.

También explicitan la voluntad de que ese acto sea una investigación económica que pue­da probar al teatro como una forma de vida sostenible, como si no bastara con la cantidad de “contenido” que CCPC tiene dentro. No renuncian a nada. Les sirve lo alto y lo bajo, lo santificado por el canon y lo denunciado como pésimo para el “consumo” cultural. Quieren abarcarlo todo desde una distinción wagneriana, como un teatro total que se sirve de todo cuanto han visto aquí de teatro cubano y foráneo. De ahí las citas intratextuales como procedimiento escénico, las reinvenciones de sentido y su actualización frente a la realidad cubana de hoy, de todo cuanto usan.

Dicha perspectiva, afincada en el lenguaje teatral, abarca el universo completo del discurso. Por eso CCPC es la puesta en un espacio crítico del modo en que estos jóvenes ven,  viven y disfrutan la patria de su formación, de su adn, de su sangre, con sus desgarramientos y jirones, con sus virtudes y padecimientos, con y como una enorme suma de amores compartidos que sangra críticas y defensas.

El conjunto de actrices y actores lo hacen con el corazón, se entregan por completo, prodigan toda su energía, toda su maravillosa música de cuerpos y voces, todos sus sufrimientos y alegrías. Nos conmueven y divierten hasta el tuétano.

Musical, carnavalesco y sacrificial, dialógico y político, CCPC engrandece el gesto de El Portazo: es un acto de fe de una generación. Por eso cierra con una estructura que puede leerse como el altar desde donde exigen construir y participar. Ese grupo de jóvenes ha creado, allá en Matanzas, un nuevo danzón, un ajiaco maravilloso con el sabor de una Cuba nuestra e inclusiva.

No se pierda el espectáculo del año en la continuidad de su temporada en el patio de la AHS yumurina o en la vuelta a la sala Tito Junco, del Bertolt Brecht, en La Habana, o en cualquier espacio que lo acogerá más adelante en distintos lugares de Cuba. Ellos y ellas son la Cuba de nuestros jóvenes ahora mismo.