Críticas y textos de y sobre los miembros de la Sección de Crítica e Investigación Teatral de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC
jueves, 30 de julio de 2015
“A ver cómo te explico…”
Por Maité Hernández-Lorenzo
Tomado de www.cubacontemporanea.com
Sí, a ver cómo te explico, nos explicamos, me explico… De esta frase, leitmotiv en Antígona, de Yerandy Fleites, Teatro El Portazo se ha apropiado más de una vez. Primero, fue en su puesta de la versión del clásico por el joven dramaturgo, y ahora vuelve en boca de Emiliana, la enfermera que recibe al público en este Café haciendo expresa alusión al son “Si no fuera por Emiliana nos quedaríamos con las ganas… de tomar café”, de Carlos Puebla. De manera que debe ser ella la oficiante de este doble ritual: el de tomar café y el introducirnos al Café mismo.
Sí, a ver cómo te explico porque es difícil de explicar, de entender. Y el punto de inflexión de ese entendimiento es este Café que pone en solfa no solo temas referidos a la situación de la economía y de la política cubanas actuales, no únicamente. Café CCPC (Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative), del matancero Teatro El Portazo, remueve otros discursos como el teatro y lo hace desde presupuestos irónicos y paródicos.
En otro momento* me he referido a nuevos modos de participación de una ciudadanía cultural en un paisaje que acelera y deforma sus bordes de inclusión. Si para el grupo y sus espectadores siempre han sido explícitas estas formas de intervención, puestas en práctica en la venta de productos (bienes culturales y gastronómicos) en sus espectáculos, con este montaje sus hacedores convierten este recurso -que temía se volviera repetitivo- en lenguaje escénico.
Pedro Franco, su director y “armador”, invitó a un grupo de la más joven hornada de dramaturgos para construir los bloques que estructuran el café o cabaret. Cada cuadro hilvana una microhistoria que calza el gran mural de la nación cubana hoy visto por los ojos de estos jóvenes. Un signo recurrente que conecta una zona de la más fresca producción dramática es la referencia a la historia de Cuba, también visible en otros autores y que ha establecido ejes temáticos en la dramaturgia nacional (Reinaldo Montero, Abelardo Estorino, Abilio Estévez, etc.). Si en algunos casos estas asociaciones densifican fortuitamente las situaciones dramáticas de estas nuevas piezas, aquí, sin embargo, ese jirón de historia pone el acento en los argumentos de lo que se supone debe ser explicado.
Siempre me ha gustado la frase “a ver cómo te explico…”. Pone en evidencia, primero, que hay algo difícil de explicar y, segundo, la intención y necesidad de explicarlo a alguien que por igual necesita o le interesa entender. Ese coqueteo con lo filosófico no es banal ni caprichoso.
Asistí por segunda ocasión al Café CCPC el 25 de julio, durante la temporada habanera en la sala Tito Junco, del Centro Cultural Bertolt Brecht, día en que la Asamblea Municipal de Santiago de Cuba había celebrado la sesión solemne por los 500 años de la fundación de la ciudad. En ella, el Dr. Eusebio Leal Spengler, Historiador de La Habana, realizó una intervención que no pude evitar recordar durante el espectáculo, especialmente en el segmento La toma de La Habana por los ingleses del Segundo Bloque.
En él, sobre un altorrelieve de textos de Bonifacio Byrne, el propio Franco, Alessandra Santiesteban, Yunior García y cartas de Leonor Pérez a su hijo José Julián Martí, se me iban colando fragmentos del discurso de Eusebio en el cual el historiador describía una estirpe e hidalguía de pensamiento y acción de larga data cubanos cuyas siluetas podían vislumbrarse en esa misma nación tironeada entre los reclamos de los personajes de La Habana o de Leonor Pérez y el deseo del joven Pepe Antonio de partir como tantos otros.
Lo interesante en esas asociaciones azarosas, y a la vez razonables, es cómo ese “sol del mundo moral” se reconecta con el contexto actual cubano de otro modo. Asistimos, entonces, a dos discursos que, como en el palimpsesto original, se superponen y abrazan. No deja de ser estimulante y reconfortante esa tensión de dos maneras de “historiarnos”, dos reclamos de igual valía en un paisaje social cada vez más desarraigado y atontado por preocupaciones más domésticas.
Hablando de reclamos: La Habana-personaje en este segmento recurre a lugares de la nostalgia habanera y cubana que siempre se ciernen en torno a la vecinería, la familia, el apagón o ciertos olores, nidos afectivos que han sido glorificados por Abilio Estévez en piezas como Perla Marina o Santa Cecilia. Y un espectáculo retador en su dispositivo comunicativo, en la construcción de su discurso teatral, también podría arriesgarse en proponer otras utopías, nuevas razones para quedarse, para permanecer, de la misma manera que las dirime para la partida del joven Pepe Antonio, aunque sea la nimiedad de poseer un iPhone o la construcción de otro imaginario colectivo que aún no cabe en nuestros bordes sociales a punto de estallar.
Aquí Pepe Antonio, otra vez la reconfiguración de otro relato nacional, se reconoce como un “invertido”, es decir, un sujeto en quien se han invertido recursos que luego han servido de pretexto para una especie de chantaje emocional y patriótico. A propósito, una generación, la suya, la mía, la de muchos, sobre la cual ha pendido el peso de esta deuda moral y social. El punto en la boca llega con la canción Esta casa en la voz de Elena Burke e interpretada por el personaje de Leonor Pérez, mientras Pepe Antonio va recogiendo la memorabilia excesivamente ilustrativa que cargaba en su maleta: una foto de Camilo Cienfuegos, una bandera, una botella de ron...; y con el “mitin de repudio” que la miliciana travestida, con peluca y fusil pink, cantando Rata de dos patas, de Paquita La Del Barrio junto al “pueblo” armado de huevos, le plantan a Pepe Antonio. Es curioso, pero aquí el público se identifica con el personaje de la miliciana en una excelente demostración del complejo proceso de recepción del café político.
El hecho de que estos jóvenes -y aquí entra esa hornada de teatristas noveles que “escriben” sobre la escena Antigonón, Electra Garrigó, Semen, Antígona, Solness y la princesa, Charlotte Corday, El mal gusto y tantos otros- horaden con dolor y (di)versión puntos nostálgicos de nuestro día a día es, como he repetido, otra forma de participar, de crear nuevas épicas entre arte y sociedad.
Uno tras otro, los cuatro Bloques, con sus respectivas explicaciones, e incluyo aquí a la “Avanzada”, van trenzando tupidísimos núcleos de sentido donde nada es azaroso y donde la puesta en valor de temas referidos a lo social, la historia, el teatro, la política, se aderezan con los ingredientes del Café o Cabaret: coreografías, karaoke, invitación al público a bailar, presentaciones de travestis en directa alusión a asuntos candentes de la agenda popular ahora mismo, como lo son el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos y en ese mismo orden la relación con la tradición política de la hoz y el martillo.
Nada queda fuera en un tono carnavalesco que acentúa un espacio permisivo de libertad y diversión donde los cuerpos se confunden y se apropian de otros. Es visible -y uno de los parlamentos de Emiliana lo deja claro desde el inicio como deja claras las reglas del juego al igual que en Por cuanto, por tanto, resuelvo, otra declaración de principios- la apropiación y cita al teatro cubano, como es la Celia Cruz de Delirio Habanero en el montaje de Raúl Martín, la pasarela de Teatro El Público, o los performances de El Ciervo Encantado, y los sucesivos travestismos que beben del más hondo teatro vernáculo cubano.
Por otra parte, la banda sonora conforma un cuerpo inherente en el ajuste interno del espectáculo. Además de ser una pieza esencial en la naturaleza musical del Café, el montaje de sentido que le ofrece la selección, diversificada en sus funciones e interpretaciones, es una aguda, lúcida y hermosa arquitectura que sostiene el montaje. Nada en ella es fortuito o azaroso y se restaura, de alguna forma, un teatro musical construido desde otros presupuestos igualmente modélicos.
Y en esa vorágine de energía están los actores, y a la vez, como demanda un Café de este tipo, bailarines, mediadores, facilitadores, quienes van imponiendo la velocidad y la dinámica de esta montaña rusa de la cual nos bajamos con ganas de más, de montarnos en el siguiente aparato. Muchos de ellos presentes en anteriores montajes de El Portazo, van pulsando, junto a Pedrito, indiscutible líder y motor de combustión de la nave matancera, un peculiar relato teatral de la Cuba contemporánea. Orgánicamente emparentados con los complejos procesos de todo tipo que atraviesan la Isla, estos muchachos y muchachas, cuyas biografías parciales, deseadas o imaginarias, escuchamos en el inicio del espectáculo, son también botones de muestra de un empecinamiento fecundo y febril por hacer teatro hoy en Cuba. El resultado de esa constancia no es este Café, las cosas no son tan simples, el resultado de esa constancia es la capacidad para preguntar y seguir diciendo(nos) “a ver cómo te explico…”.
El Bloque final, un extraño “paquete” en el que desfilan banderas, La protesta de Baraguá en un sketch que trastoca roles y sitúa en paralelo el fracaso del diálogo entre cubanos y españoles -paradigma de dignidad en la historia cubana- al éxito de la negociación con el enemigo histórico de la Isla hoy, para culminar con textos de Bukowski en una especie de monólogo interior. Y como insiste en decir Emiliana, en una pausa que favorece un suave respiro del espectáculo, “hoy puede ser un gran día”, sin ofrecer garantías de qué pasará.
En los minutos finales se produce un cambio de escenario y por primera vez Pedrito sale cantando Cuba va mientras da saltos de alegría antecediendo la alta tribuna en que se convertirá la pasarela, horizontal y abierta al público para el baile y la complicidad hasta ese momento. Cuba va, identificada como un himno en actividades oficiales de gran convocatoria, y Noche cubana en la orquestación de los Van Van -que también remueve los asientos, en este caso, de los espectadores y bailadores de sus conciertos y es un cierre típico de show de cabaret-, crean una sinergia peculiar de sentidos y goce, de confirmación en una zona de confort colectiva.
Mientras se escuchan estos temas y el público entona con entusiasmo las canciones, los actores van ubicándose en la estructura de madera. Bien colocados, los personajes componen una postal que mira al futuro con suspicacia, oteando el horizonte, protegidos con cascos y guantes de constructor, a punto de decir “a ver cómo te explico…”.
* “Los puertos de una isla”, en La Gaceta de Cuba, no. 5, septiembre-octubre, 2014.
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