martes, 22 de diciembre de 2015

2015: nuevos votos para repasar los escenarios

Por Norge Espinosa Mendoza
Fotos Claudio Sotolongo
 
Acaban de proclamarse los espectáculos ganadores del Premio Villanueva de la Crítica, que cada año escoge lo más relevante de lo visto en nuestro país, tanto producciones nuestras como las visitantes. El listado de esos títulos, mucho más escueto que en ediciones anteriores del codiciado Villanueva (uno de nuestros pocos lauros cuyo prestigio recae no en dinero ni otros beneficios materiales, pero sí en el añadido que otorga al curriculum de los galardonados), da una idea de lo que ha sido este 2015, para bien y mal, de nuestros espectadores, críticos, y todo aquel relacionado con el teatro en la nación.

No ha sido año especialmente pródigo, pero ahí está, incluso en los silencios que el Villanueva asume al no reconocer puesta alguna de teatro para niños y de títeres, por ejemplo, la temperatura de nuestro acontecer escénico, lista para ser reafirmada o discutida.

El 2015 arrancó con la noticia de que el Premio Nacional de Teatro pertenecía a Carlos Díaz, y eso alegró a gran parte de nuestro panorama cultural. El fundador de Teatro El Público arribaba a sus 60 años, con más de treinta puestas en escena que lo ratifican como un maestro de la provocación.

A lo largo de estos meses, continuó la temporada de su espectáculo de gran escala más reciente: el Decamerón, sobre versión de Héctor Quintero a partir de Bocaccio, y luego vendrían Harry Potter o se acabó la magia, concebido como graduación de alumnos de la Escuela Nacional de Arte, con texto de Agnieska Hernández, y finalmente Yellow Dream Road, coproducido con FUNDarte, y que unió los talentos del dramaturgo Rogelio Orizondo y actores y actrices de Cuba y Miami. Dos puestas que al presentarse en secuencia casi inmediata hacen sentir que el discurso de la generación de los novísimos ya parece caer en una retórica de la descarga, volviendo a esas estructuras de monólogos y escasos diálogos que repiten quejas y demandas en un tono monocorde, y que más allá de la verdad que les sostiene como punto de partida, necesitarían un cuidado más sutil para no reincidir en fórmulas que anuncian ciertas dosis de aburrimiento, tras algunos años en los que hemos visto estos recursos desdramatizadores retornar una y otra vez ya sin nuevas texturas.
Carlos Díaz, cercano siempre a los jóvenes y a la voluntad de desacralizar lo que somos, también ha sabido hacer eso mediante textos más sólidos y no menos arriesgados. Doy un voto aquí a favor de aquel Peer Gynt que alguna vez nos prometiera. De un maestro de su talla vale siempre esperar nuevas e incitantes sorpresas, y nunca el agotamiento.

Todo estreno de Argos Teatro aporta un índice de profesionalismo y rigor en nuestro movimiento cultural que está bien justificado. Mecánica, a partir de la relectura que Abel González Melo proyecta sobre el monumento que es Casa de muñecas, de Ibsen, es la nueva entrega de un colectivo concentrado cada vez más en el actor, en el trabajo del intérprete, y que de la mano de Carlos Celdrán ha desplazado todos los demás elementos espectaculares a un plano que no robe atención sobre el drama.

No es esta la producción que prefiero del grupo, lo confieso, y dejo claro también aquí que no me convenció del todo la armazón dramatúrgica, en la que por ejemplo se maneja como elemento de chantaje un video inculpador que, cuando finalmente es sacado a flote en un punto máximo del conflicto, no parece tener la importancia anunciada. Pero por encima de todo eso está la pulcra escenografía de Alain Ortiz, las luces eficaces de Manolo Garriga, el trabajo puntual de algunos de sus actores, y Yuliet Cruz, de cuya capacidad histriónica siempre espero tanto.

Mecánica, muy halagada por varios de mis colegas, es un paso en territorio ya seguro para el director y el colectivo. No tan estremecedora como me sigue pareciendo Casa de muñecas, pero válida ante el público que la disfrutó, a partir de los manejos a ratos un tanto melodramáticos de su trama, y que lanza una mirada crítica hacia el fenómeno de esos nuevos ricos que, desde la limpieza obsesiva de sus caros apartamentos, parecen vivir en una Cuba imaginaria, aunque sufran, en el fondo, las mismas agonías de quienes no llegan a traspasar tan lujosas puertas.

Sandra Ramy es una coreógrafa nada interesada en los moldes ni las convenciones. Ha pasado por experiencias diversas (entre ellas Teatro El Público) y de su diálogo intenso con lo teatral han surgido piezas incómodas que no apelan al movimiento virtuoso porque sí, sino a una voluntad acaso poética en la que el cuerpo es no solo fluido, sino más bien portador de interrogantes más hondas.

En Yilliam de Bala Coming Soon se arriesga (y a ratos el desafío tecnológico sobresatura el ojo del espectador) al fundir el cuerpo de sus danzantes, desde el Proyecto Persona, que dirige, con la imagen digital, desde un concepto de diseño que inunda el escenario y devora la mirada con una carga intensa de cuestionamientos. Me niego a imaginar esta propuesta solo como un espectáculo danzario. Ella echa mano a la tecnología para hacernos, desde lo transdiciplinario, testigos y cómplices de la manera en que nos hemos fundido a esa imagen que proviene de pantallas, de monitores, de laptops, de tablets, para recordarnos que hay algo más que ese mundo o nación virtual, y que el cuerpo humano posee otras significantes insustituibles. Otras clases de independencia.

El Ciervo Encantado, en su sede de Línea y 18, en la que al fin parece haber hallado un espacio estable, propuso Triunfadela como un acto de curioso desacato. Un personaje que pareciera salido de la pintura de Antonia Eiriz, con micrófonos que brotan de su pecho, nos reclama ser parte de ese acto que consiste en la lectura de varios ejemplos de nuestra prensa más triunfalista. Insistiendo en ese espacio intermedio que aparece entre el performance y el teatro, tras una primera versión que incluía un segmento a cargo de un hijo de Lázaro Saavedra, el espectáculo se ha concentrado en ese carácter central, lo que me parece saludable. El Ciervo Encantado sigue sacando a flote parte de la crisis interna de nuestros discursos más graves, incidiendo ahí donde todavía persiste una manera anquilosada de dibujar una realidad ya resquebrajada, pero que pareciera, a los dueños de ese discurso, todavía monolítica. La figura deforme y absurda que encarna Mariela Brito es una especie de monstruo antediluviano que, sin embargo, apela a esos actos de memoria colectiva en los que tal vez creímos o repetíamos aquellas consignas o frases que la utopía, si no deshizo del todo, sí se llevó hace mucho.

La gema de esta edición del Villanueva es, qué duda cabe, CCPC (Cuban Coffee by Portazo´s Cooperative), de Teatro El Portazo, dirigido por Pedro Franco.

Lo más sorprendente y saludable de este café que apela al cabaret político, al travestismo, al humor descarnado y a la referencia puntual a nuestra cotidianidad para mostrarla como un espacio de signos explosivo, es su descaro. Su frescura irreverente, que va de una reinvención de la célebre escena de los Mangos de Baraguá a un tema de Jeannette, y que cierra sus invocaciones a la Patria, a los Santos, a los Mártires y al aquí y al ahora con un afirmativo Cuba va entresacado de la discografía del Grupo de Experimentación Sonora.

Franco ha tomado de aquí y de allá, se ha atrevido a la cita directa e indirecta, ha mezclado textos de Orizondo y otros autores de su tiempo con cartas, documentos históricos, música de la vieja trova y el pop latino más descacharrante así como temas de Paquita La del Barrio y Alina Izquierdo para crear este collage, este pastiche de la fiesta teatral que alude a la relación Cuba-Estados Unidos, al imaginado fin del bloqueo, a la ausencia de los jóvenes que se llevan en la maleta un símbolo de la nación camino al exilio, y tantas otras contingencias. Todo ello acelerado por el sentido gozoso, la abierta referencia a la “lucha” cotidiana que permite al grupo autofinanciarse o subvencionarse en estos días de economía cambiante (no tanto como quisiéramos), pero que refuncionaliza, desde las libertades siempre provocadoras de lo teatral, la necesidad de cambios aun más inmediatos y radicales.

Curiosamente, mixturando esos recursos que vienen de Carlos Díaz, del transformismo amateur, de la memoria de una generación que asimila el teatro musical, la parodia, la sátira y el drama según sus apetencias y necesidades, a manera de work in progress que saca partido incluso de sus imperfecciones, Franco ha encontrado su propia voz, rindiendo tributo a sus maestros y referentes, pero aportando un grado de desacato que nos recuerda que también esa clase de actitud puede ser divertida, entretenida, sin necesidad de caer en el aburrimiento o en la machacona persistencia en la queja contra aquello que sabemos disfuncional, pero que no logra ser teatralmente interesante. Ahora mismo, Pedro Franco es una apuesta viva por el teatro cubano que viene o ya está aquí, y verlo junto a algunos de los directores a los que admira en esta lista de premios debe entenderse como desafío y no vano halago. A trabajar, pues, que de ahí vendrá la verdad más contundente.

Por supuesto que el año ha sido algo más que estos cuatro espectáculos premiados. Han sucedido eventos, ceremonias, estrenos, polémicas más o menos atendidas. Una de ellas ronda el espectáculo quizá más comentado del año, que es, irónicamente, el menos visto de todos, pues a solo dos funciones de su estreno quedaron suspendidas las representaciones de El rey se muere. Versión del original de Ionesco, Juan Carlos Cremata anunció esta puesta con su Grupo El Ingenio. No pude ver el montaje, pero si contemplé con estupor cómo se interrumpían las funciones y luego quedaba cerrado el contrato del director y también su compañía. No mencionar este hecho en el repaso del 2015 sería una ingenuidad a pagar caro, porque aún no han quedado claras ciertas circunstancias de lo sucedido alrededor de la puesta.

El Consejo de Artes Escénicas tomó la decisión que ha rebotado, con resonancias de diverso carácter, fundamentalmente en la prensa extranjera, que insisten en los recursos satíricos y las resonancias políticas del espectáculo que pudieron desatar una decisión tan drástica. Pero aquí, donde se ha dicho poco al respecto, valdría tener mayores elementos y aclaraciones de un cierre que no ha dejado en paz a muchas mentes, y que podría desatar miedos y fantasmas de un pasado cuya resurrección sigue interrumpiendo el sueño de muchos. Doy mi voto aquí, también, para que esas aclaraciones, de una parte y la otra, se produzcan en pos de la tranquilidad de todos, ya sea desde el propio CNAE o la silenciosa UNEAC, porque soy de los que apuesta por el diálogo diáfano, por duro que este sea, y conozco la historia de nuestro teatro lo suficientemente como para desear que ciertos exorcismos se lleven a cabo de una vez y por todas.

De lo visto como producciones visitantes, vuelvo a destacar los valores de Villa, traída al 16 Festival de Teatro de La Habana (con su cartel de cerebro tan pixelado como para que costara algo reconocer en esa imagen un tributo al arte de la dirección) por las actrices chilenas de Teatro Playa. Concebida desde el texto y la dirección por Guillermo Calderón, ratifica la calidad de su talento ya conocido en Cuba gracias a Neva y Diciembre, que trajeron a este mismo evento, en el 2011, los integrantes de Teatro en el Blanco.

La memoria como símbolo que pesa a través de madres e hijas, la violencia ejercida en cualquier voluntad de poder, la verdad como un acto desenmascarador, ocupan el diálogo intenso de esta obra en la cual esa villa, reducida a maqueta sobre la mesa, ejerce una fascinación que nos contamina y obliga a repensar el legado del mal.

Los brasileños de Atelié Voador propusieron, en la misma cita, El diario de Genet, alzando un ejemplo notable de teatro de activismo sin panfleto, un elogio al cuerpo retador de un artista que se identificaba como un homosexual a favor de las izquierdas y que cantó al amor entre hombres desde sus escritos más punzantes. Duda Woyda y Rafael Medrado, en el montaje de Djalma Thürler, sobrepasan las convenciones de lo homoerótico para traducir al espectador las urgencias de Genet, no su biografía pasiva, desde una calidad actoral que alterna lucha, abrazo, ternura, dolor, confesión y sencillez de manera estremecedora.

La Cenicienta del Ballet de Monte Carlo es una coreografía que rejuega con lo neoclásico, y que apela a texturas más contemporáneas al tiempo que no aspira a romper demasiados moldes. Resuelta con ingenio, concentra en el color y el movimiento un repaso de la vieja fábula y deja en el auditorio una estela de elegancia que confirma que, sin ánimos de experimento recalentado, el ballet puede seguir siendo fiel a su médula, desde la inteligencia de un coreógrafo que no olvide la esencia de su punto de partida. Y que trajo, como sorpresa añadida, a la mismísima Princesa de Mónaco a estas funciones.

Del otro lado, las coreografías de María La Ribot, presentadas en la sede de El Ciervo Encantado durante la Bienal de La Habana, nos ayudaron a reconsiderar el peso de un concepto claro a la hora de elaborar una coreografía. No alcancé a ver sus presentaciones, pero sí pude estar presente en un diálogo que sostuvo con colegas cubanos en el Consejo de las Artes Escénicas donde expuso sus métodos de creación: una idea que podría repetirse para dotar a esa institución de una vida más estrechamente ligada a lo que emana desde ahí hacia los escenarios.

El premio Villanueva (que también eligió a Villa, El diario…, Más Distinguidas de La Ribot y Cenicienta) concedido a Teatro Etcétera, de España, por su hermosa reinvención de Pedro y el lobo, era una deuda a cumplir, pendiente desde la entrega del 2014, y que ahora finalmente queda saldada. La compañía dirigida por Enrique Lanz es una de las principales de ese país, y su mezcla siempre interesante de figuras animadas y música le ha llevado a prestigiosos escenarios del mundo y al reconocimiento amplio de la crítica y el público de veras interesado.

Me interesaron otras puestas del año, como Ayer dejé de matarme gracias a ti, Heiner Müller, producida por el Teatro Konstanz, de Alemania, sobre la pieza de Rogelio Orizondo, sin dudas el dramaturgo cubano del momento, y en la cual nuestra compatriota Clara de la Caridad González guerreaba de tú a tú con actores germanos.

Eché de menos nuevas propuestas de Teatro de las Estaciones (ocupado en seguir dando vida a sus recientes montajes de El irrepresentable paseo de Buster Keaton y Cuento de amor en un barrio barroco, y con una importante gira a Estados Unidos, así como a otras naciones, donde ratificó su calidad), y otras noticias del Proyecto Retablo, de Cienfuegos, a la altura de lo que su director, Christian Medina, viene proponiendo con paso firme. Y ese vacío alrededor del teatro para niños y de títeres, en su baja de calidad ante lo que esperábamos de otras agrupaciones y compañías, desata un cuestionamiento que ojalá halle algunas respuestas y debates en el venidero Taller Internacional de Títeres a celebrarse en Matanzas durante el venidero abril, aunque idéntica inquietud puede avizorarse sobre la producción para adultos en una nación donde trabajan, y deben estrenar, tantos grupos. Que sirva para eso el 2016, así como para festejar los 60 años de Pelusín del Monte, títere nacional.

Me sorprendió Ernesto Parra con Caras blancas, que presenta junto a su propio hijo, como un experimento desde su Teatro Tuyo. Me alegró El viejo y el mar, en puesta de El Mirón Cubano que lleva a la calle los pasajes de la noveleta de Hemingway. Sufrí y disfruté los logros y medianías de Rent, la producción cubano-norteamericana que aspira a asentar entre nosotros una nueva etapa del teatro musical, en diálogo directo con profesionales de Broadway.

Celebré junto a él los 80 años de Antón Arrufat, quien persiste en no ser olvidado como dramaturgo, y los 60 de ese mago del diseño que se llama Zenén Calero. Hallé valores nada desdeñables en montajes menos favorecidos por la visibilidad más amplia, como La misión, dirigido por el actor Mario Guerra, y Balada del pobre BB, que Alexis Díaz de Villegas imagina como ceremonia a favor de Brecht, Vicente Revuelta y un estado de ánimo que ha sabido transmitir a sus jóvenes actores desde el verbo inquietante del genio alemán.

Leí nuevos números de la revista Conjunto, y esperé en vano nuevas entregas de la revista Tablas, cuya última aparición corresponde a fines del 2014. Hablé con Eugenio Barba, líder del OdinTeatret, para ratificar su sabiduría de obra y de vida. Y me uní a quienes lamentaron la pérdida de varios artistas relevantes, como Fidel Galbán o la actriz Alina Rodríguez, quien siempre iba una y otra vez al teatro para confirmarse en esos reencuentros con el auditorio más vivo.  No es todo lo que fue el 2015, pero probablemente mucho de lo que recuerde, tratando de sacar un saldo más provechoso en una Cuba que, como escenario, también tiene otros retos por delante.

Por lo pronto, el 2015 culmina con el anuncio de las nominaciones que varios artistas cubanos han conseguido en los Premios de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York y el eco del paso de Lizt Alfonso y su compañía por la ceremonia de los Grammy Latinos.

El año 2016 anuncia la entrega y reapertura del Gran Teatro de La Habana, ya rebautizado como Alicia Alonso. Y cuando eso suceda, ya las obras que rescatarán el Payret como lugar de representaciones escénicas estarán también en funcionamiento, con la esperanza de que pueda establecerse un circuito en La Habana Vieja que incluya también la recuperación del Fausto, en un área que incluye al Teatro Martí (donde se extraña la comedia cubana que tanta fama le diera) y que algún día, ojalá, nos deje reencontrar al Teatro Campoamor, cuyas ruinas agonizan en el mismo entorno.

El teatro, siempre caro, reclama mucho de quienes lo defienden y sostienen, y ese empeño está entre nosotros, amén de diferencias de criterios y sentires, porque lo sentimos como parte de la nación. Una parte no tan protegida como se quisiera, no tan jerarquizada como lo necesita, no tan iluminada como la música y otras zonas de la cultura, pero sin la cual no seríamos exactamente este país. Y este empeño no toca solo a los representantes del CNAE, sino al movimiento escénico todo, porque se trata de una defensa que debe unir por encima de tendencias, modos y gustos y validarse en función de lo esencial y valedero, con honestidad y transparencia.

Los nuevos aires de esta Cuba otra que va imponiéndose poseen también otra cota de teatralidad, en los escenarios y fuera de ella, que ojalá no borre lo preservado y lo conseguido, para seguir alentándonos desde las tablas. En el 2016, también, celebraremos los 80 años del maestro Eugenio Hernández Espinosa, dramaturgo de trayectoria notable y aún en activo. Un voto más añado, a su favor, para no perder la esperanza de que algún día El Papi, como le dicen quienes le quieren y estiman, se alce con el Premio Nacional de Literatura que por María Antonia, Mi socio Manolo y tantas obras más mucho se merece.

jueves, 17 de diciembre de 2015

LOS MEJORES ESPECTACULOS DE TEATRO Y DANZA DEL 2015



La  sección de Crítica y Teatrología de la UNEAC dio a conocer el 15 de diciembre los espectáculos ganadores del Premio Villanueva de la Crítica a las Mejores Puestas Cubanas y Extranjeras vistas en nuestro país en el 2015. El premio se entregará el próximo 21 de enero, a las 4 pm, en la Sala Villena de la UNEAC.

Las puesta cubanas que merecieron el Premio fueron CCPC, del El Portazo, bajo la dirección de Pedro Pedro Armando Franco Albuquerque; Triunfadela, de El Ciervo Encantado, con dirección de Nelda Castillo; Mecánica, de Argos Teatro, con puesta en escena de Carlos Celdrán; Yilliam de Bala coming soon, del Proyecto Persona, con coreografía de Sandra Ramy.
De igual modo se confirió un reconocimiento a las puestas Balada del pobre BB, dirigida por Alexis Díaz de Villegas con Teatro El Público, y Matria Etnocentria, con coreografía de George Céspedes.

Las puestas extranjeras premiadas  fueron Villa, de Teatro Playa, de Chile, con dirección de Guillermo Calderón; El diario de Genet, del Ateliê Voador Teatro de Brasil, con dirección de Djalma Thürler, Cenicienta, del Ballet de Monte Carlo, con coreografía de Jean Christophe Maillot, Más Distinguidas, de María La Ribot, de España y Pedro y el Lobo, de Teatro Etcétera, también de España.

Merecienron reconocimientos las puestas Baños Roma, del Teatro Línea de Sombra, de México; y Glory Box, de Finucane & Smith, de Australia.
Fundado en 1887 el Premio Villanueva de la Crítica hace parte de las acciones que buscan jerarquizar y hacer visible ante espectadores y creadores las propuestas escénicas de mayor  calidad  presentadas en el transcurso de un año en escenarios cubanos.

martes, 11 de agosto de 2015

El Taller Coreográfico se muda al Martí

Por Yuris Norido
Tomado de cubasi.cu


Por tercer año consecutivo, el Ballet Nacional de Cuba convocó a su Taller Coreográfico, una de las más interesantes iniciativas de la compañía que dirige Alicia Alonso. Coreógrafos de disímiles promociones y procedencias, presentaron creaciones este fin de semana en el capitalino teatro Martí.

 Abrió el programa un ejercicio de evidente vocación neoclásica: Poema, coreografiado por Eduardo Romero sobre la música de José María Vitier. Es una pieza prácticamente decorativa, sin búsquedas, sin profundidades, sin implicaciones de peso. Un jovencísimo cuerpo de baile la asumió sin penas ni glorias. Quizás faltó compromiso en la ejecución, pero tampoco había un entramado sugerente. Pareció la propuesta más endeble de la función.

Diciembre, del joven coreógrafo de Danza Contemporánea de Cuba Raúl Reinoso, cuenta con basamentos mucho más sólidos. Se trata de un dúo bien interpretado por los bailarines Daniela Gómez y Manuel Verdecia, en el que a todas luces se narra el itinerario de una relación. El planteamiento de la metáfora es convincente, las secuencias son incitantes, pletóricas de significaciones más o menos evidentes. Hay que aplaudir la fluidez de la línea danzada, el talante dramático, el diálogo de la coreografía con la música de María Teresa Vera. La atmósfera está bien conseguida, aunque por momentos parecen excesivos los cambios de luces. 

Say Something, del joven Daniel Rodríguez Rittoles, también se ocupa de una relación de pareja, marcada por encuentros y desencuentros. Ely Regina y Rafael Quenedit le otorgaron particular intensidad a una pieza con claras intenciones narrativas, aunque sin grandes pretensiones metafóricas. Hay buen gusto, hay vocabulario, hay un interesante trabajo con los planos. Como en la obra anterior, el tema musical influye tremendamente, no es puro acompañamiento. Este coreógrafo tiene potencial, hay que estar al tanto.

Una creadora habitual en estos talleres, Maysabel Pintado, propuso, quizás, la más compleja de las coreografías de la ocasión: Desencuentro, con música de Denis Peralta interpretada en vivo por la cellista Lilliam Chacón. Dos solistas en un devenir incierto, sin poder concretar su unión, entre un cuerpo de baile movido por disímiles impulsos, gente que por momentos es obstáculo y por momentos puro contexto. Es muy interesante el planteamiento, que explicita conflictos perfectamente reconocibles. Plausible también el trabajo al unísono de varios núcleos, de manera que se multiplica el centro de atención. No está del todo resuelto el movimiento de la instrumentista por el escenario, introduce una distracción que la coreografía no logra asimilar aunque lo intente.

Lázaro Batista, bailarín de Danza Teatro Retazos, parte de una gestualidad sobria aunque hasta cierto punto rebuscada para ir complejizando su propuesta, Espacios, que termina por concretar una interacción no exenta de conflictos entre tres sujetos. El vocabulario rehúye esteticismos, hace énfasis sobre todo en la capacidad de trasmitir emociones, de manera destemplada, cortante, ruda. Un ejercicio interesante para los bailarines, que no suelen asumir piezas de este estilo.


Por último, una de las más conseguidas coreografías de este taller, Dueto, de Ely Regina. En anteriores talleres, esta primera solista del Ballet Nacional ha presentado credenciales con piezas muy bien recibidas por el público. Ahora presentó un dúo de marcada plasticidad, que contamina la línea más convencional con movimientos de súbita originalidad, pero que se insertan perfectamente en la línea danzada. Ely Regina, a todas luces, es hábil a la hora componer secuencias, pero también tiene noción de la alternancia de tempos, dominio del espacio escénico, pulso para consolidar unidades de sentido… aunque el planteamiento sea básicamente abstracto. Lo he dicho más de una vez: ella hace rato dejó de ser una promesa. Destacable también el trabajo de los bailarines principales Dayesi Torriente y Luis Valle, precisos, funcionales, a la altura de todas las demandas.

El Taller Coreográfico del Ballet Nacional de Cuba debe seguir haciendo aportes al repertorio activo de la compañía. Siempre lo decimos: ojalá que algunas de estas piezas trasciendan esta temporada de estrenos.

lunes, 10 de agosto de 2015

¿Qué nos trajo la temporada teatral?

Por Frank Padrón
Tomado de www.juventudrebelde.cu

Varios y significativos estrenos y/o reposiciones nos entregó la cartelera escénica en las últimas semanas. Revisemos algunos de ellos.

No es muy frecuente hallar propuestas de eso que llaman café concert o simplemente, un tipo de show que incluye poesía, monólogos, etc, y que parte de aquel «cabaré político» de raíces brechtianas; por ello fue grato recibir durante todo julio el espectáculo Café CCPC (The Cuban Coffee by Portazo´s Cooperative) por el ya consolidado grupo matancero.

El recinto de la sala Tito Junco, devenido «centro nocturno» —mesas y consumo incluidos— se repletó durante todos los fines de semana que permaneció la puesta en cartel, demostrando la avidez del público, sobre todo el joven, por este tipo de propuesta.

Textos que iban del propio Bretch al director del grupo (Pedro Franco), pasando por Bonifacio Byrne, Leonor Pérez de Martí, Israel Domínguez y Charles Bukowski, entre otros, alternaban con canciones dobladas y/o cantadas, monólogos y coreografías en una combinación que tenía tanto de la ligereza y el «glamour» del cabaré como de la enjundia y la seriedad del teatro más reflexivo, en el cual se compartían ideas y preocupaciones en torno a la contemporaneidad y la historia, siempre con respeto y ética, aun cuando imperara la revisión crítica.

Claro que no todo exhibe el laurel de lo cristalizado: coristas que desafinan, lo cual se aprecia más por cuanto deben cantar cerca de las mesas; actuaciones no siempre al mismo nivel (por ejemplo, la joven que hace las veces de anfitriona sobreactúa y a veces hasta grita, innecesariamente) como tampoco las coreografías (a destacar: la que acompaña la famosa tonada del «medio peso»), pero hay ritmo, fluidez escénica, lograda expresividad en el vestuario y la escenografía, movimiento ideoestético sin «teques» ni panfletos y un considerable equilibrio entre los tonos dramáticos que desprenden de este sui géneris cabaré, jornadas provechosas con El Portazo.

De Matanzas también, y con la música igualmente de cordón umbilical, se presentó nuevamente Teatro de las Estaciones bajo la dirección de Rubén Darío Salazar con uno de esos espectáculos que logra lo mismo el disfrute de niños que el de adultos: el laureado Cuento de amor en un barrio barroco, esta vez girando por buena parte de la Isla.

Dedicado ahora a los flamantes 500 años de Santiago de Cuba, es justamente un hijo de esas tierras quien centraliza este espectáculo multidisciplinario que incluye títeres, marionetas, actores de carne y hueso y músicos; en esta última categoría se ubica de quien hablamos: el cantautor William Vivanco, en cuya obra descuellan células del Caribe y América Latina, incluyendo, claro está, la rica música cubana con ritmos definitorios (son, danzón, afro, sucu-sucu…), buena parte de los cuales despliega aquí con la estrecha complicidad de la excelente orquesta juvenil Miguel Faílde.

Cuento de amor… es eso mismo, y es barroco también hasta los tuétanos por su explosión de colores, formas y sonidos conformadores de ese peculiar estilo en nuestro contexto que, al decir de estudiosos como Carpentier y Severo Sarduy, significa una adecuación muy sui géneris del gran movimiento universal.

La sencilla historia de sirenas y marineros, narrando una aventura que sabe a salitre y sensualidad caribeñas se disfruta de principio a fin: Vivanco no solo aporta su música y su sandunga escénica, sino que se alinea con los notables actores quienes, solos o manejando muñecos, llevan la narración a buen puerto, también literalmente, envueltos en la policromía y la riqueza de los decorados, vestuario y escenografía.

Otra oferta veraniega en lo que a teatro respecta es El amnésico y la entregada, de la dramaturga puertorriqueña Carmen Zeta, por la compañía Rita Montaner, en versión y puesta del actor Ariel Gil; los «tira y encoge» de una pareja cansada de la convivencia y los años de relación son enfocados desde la perspectiva feminista de la autora, emplazando el machismo y la inmadurez del hombre y abogando por la toma de conciencia y la rebeldía de la mujer ante tales despropósitos.

La puesta de Gil sobresale por una escenografía imaginativa y funcional, así como por una perspectiva dialógica que trabaja la sorpresiva presencia de actores entre el público, desconcertando un tanto a este, pero a la vez confiriendo dinamismo y originalidad al hecho teatral, que incluye los desdoblamientos actorales respecto a sus personajes. Falla, sin embargo, en ciertos excesos (el personaje que comenta, suerte de «coro griego» individualizado, une a participaciones ingeniosas otras superfluas y hasta impertinentes), y en la proyección de la mayoría de los histriones, quienes tienden a confundir espontaneidad y soltura con gesticulación altisonante o pobreza expresiva.

Un elenco muy joven conforma Family trash (Coreografía de la ausencia) que libremente se inspira en la muy representada Yo estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia, del famoso y malogrado dramaturgo francés Jean-Luc Lagarceen, versión y puesta de José Ramón Hernández, también al frente del grupo Osikán (Plataforma escénica experimental).
Núcleos disfuncionales que dejan huellas en adolescentes y adultos desde las edades más tempranas aparecen dibujados en el verbo y la imagen de seres que narran sus vivencias, en las cuales se aprecia una enérgica condena a manifestaciones como el racismo, la homofobia y el patriarcado.

Asistida dramatúrgicamente por Yohayna Hernández, audiovisualmente por Ayanúkún producciones, con edición de Gabriel Estrada, dirigida y producida por Erick Gómez Toyos, Family… ofrece no solo textos de gran pegada y fuerza, sino una imaginativa concepción escénica que suma segmentos de filmes y fotos, desplazamientos coreográficos y soluciones que apuntan a un creativo minimalismo el cual sugiere e invita a nuevas lecturas con pocos recursos.

Los actores (Yoelkis Maceo, Osvaldo Pedroso, Alaín Cantillo, Ally Blanco, Ilhasa Vanessa…) oscilan entre momentos muy sentidos y bien encauzados y otros donde requieren de mayor precisión y ductilidad, pero en términos generales, llevan por buena senda sus desempeños.
Un colectivo a seguir, entonces, esta Plataforma escénica experimental, que realmente lo es en el mejor sentido.

Los tesoros de Adelett



Por Ada Oramas
Tomado de www.tribuna.cu

 ¿Titiritero, actor, mago, dramaturgo, maestro, artesano o soñador?...Estas definiciones apenas bastan para calificar el arte de Adalett Pérez Pupo, un creador que fascina con la palabra o las joyas que nacen de sus manos y caracterizadas por decorados donde inserta personajes en relieve de exquisita factura.

Conocedora de su talento y posibilidades infinitas como creador, no pude evitar permanecer atrapada en la fantasía que emana de obras, donde los títeres se “liberan” de sus manos y adquieren personalidad propia.

Así ocurrió al final del encuentro en el barrio, cuando los niños reían, aplaudían y vivían momentos de júbilo, en la calle 212 entre 92 y 101, en el reparto Novoa de Alturas de La Lisa.
Se trata de un proyecto comunitario, de connotaciones didácticas, cuyo objetivo es promover la apreciación artística y detectar talentos noveles pues, según revela, ha descubierto magos y titiriteros entre sus alumnos.

Adalett, en estos momentos, alienta y enseña, mientras el resto de los discípulos adquiere conocimientos sobre la fabricación de los muñecos y se adentran por los vericuetos de las artes escénicas.

El cuarto de lo soñado

De sorpresa en sorpresa, entro en una sala, donde asoman títeres y marionetas, sentados en butacas, sillas o colocados en la pared, en lo que podría definirse como un avance de lo que oculta el cuarto de lo soñado.

Se trata de una habitación de medianas dimensiones y alto valor estético con una colección en la cual asoman los protagonistas de sus obras, entre ellas La Cotorrita Alegría; la cual representa mucho más que un instrumento de trabajo. Pues su creador la llama la estrella de la compañía. “Es la primera figura de mis espectáculos y representa mi alegría de vivir”, asegura.

No me canso de contemplar esos títeres que asoman traviesos en una multitud de muñecos diseñados y construidos por este artista aplaudido en varios países de América Latina y considerado en Cuba como uno de los maestros del teatro para niños, a quien también elogian los adulto por la vida de estas hermosas piezas concebidas para un museo de ensueños.

En el arca, una presencia inolvidable

Con la obra El tío Coyote y el tío Conejo. Acaba de brindar una temporada con su compañía con el teatro de títeres El Arca, en el Centro Histórico de La Habana, cuya apariencia y terminación fueron reconocidas por los espectadores.

A partir de una curiosa combinación de plastilina y otros materiales, invita a quienes no han vivido la aventura de contemplar tales tesoros, donde los tíos Coyote y Conejo se apropian de las frutas del huerto de Doña Federica y reciben una lección inolvidable del respeto a lo ajeno. El final, inolvidable, es protagonizado por la Cotorrita Alegría, pletórica de vida como sus compañeros en este retablo de maravillas.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Un portazo hacia adentro

Por Frank Padrón
Tomado de www.granma.cu 

Tuve la dicha de integrar el jurado que otorgó el premio Uneac de dramaturgia José Antonio Ramos 2014 a la pieza Mecánica, de Abel González Melo; junto a su colega Ulises Ro­drí­guez Febles y el director Alfonso Qui­ñones elegimos entre cinco piezas fi­nalistas esta que nos pareció la más re­donda y motivadora.

Resulta otro goce que a pocos me­ses de entregar el lauro ya un gru­po en la capital lo haya hecho rea­lidad escénica y no uno cualquiera sino Argos Teatro, cuya trayectoria avala cualquier montaje y como si fuera po­co se ha “especializado” en la obra de G. Melo con resultados siem­pre satisfactorios.

Y la alegría que comienza con el propio autor viéndose representado, estriba personalmente en el he­cho de haber contribuido modestamente a ello con mi voto, pero también porque el teatro, amén del placer que reporta leerlo, es sobre todo, para ser visto y oído, “respirado” y sabo­rea­do junto a los actores en escena, algo que Argos Teatro nos ha permitido en su pequeña y acogedora sede durante todo el mes de julio.

Bajo la dirección de quien lidera ese colectivo, Carlos Celdrán, Me­cá­nica abandona el contexto marginal y sórdido que alimenta piezas an­teriores del dramaturgo (además de Chamaco, Nevada, Talco, Aden­tro…) para viviseccionar el ex­tremo opuesto: los nuevos ricos que, instalados en puestos de confianza, la traicionan junto al propio pueblo y a sus compañeros de trabajo con manejos turbios y mal uso de los recursos y fondos que tienen en sus manos.

Sin embargo, los intereses éticos, ontológicos y sociales del autor son los mismos: calar hondo en el ser humano, sus contradicciones, errores, dudas y conflictos, siem­pre en re­lación con el hábitat donde se desarrolla y confluye. Abel es como un biólogo paciente y riguroso que explora las reacciones de seres que pudieran ser insectos si no tuvieran la inteligencia superior, y también, con frecuencia, la capacidad para torcer el rumbo natural de las cosas a su beneficio y en contra de los otros, de sufrir y propiciar sufrimiento debido a sus acciones, que los vuelve mucho más peligrosos que los más dañinos miembros del reino animal.
Mecánica habla, reflexiona e invita a hacerlo sobre todo esto pero en el aquí y el ahora, de modo que, sin perder su ostensible propuesta universalista nos está advirtiendo y co­mentando sobre realidades que nos rodean y condicionan en tanto cu­banos del siglo XXI, sobre personas que, al frente de responsabilidades en el turismo de donde procede par­te de los recursos necesarios para im­prescindibles proyectos so­ciales de bien común, ellos desvían y ma­logran egoístamente.

La caracterización de los personajes, como es habitual en el dramaturgo, denota un inteligente ca­la­do; sus interrelaciones complementan y efectúan una “puesta en abismo” acerca de muchas de esas circunstancias a que nos referíamos, y otras, mediante diálogos de gran fluidez y fuerza que no solo complejizan el relato sino que mantienen interesado al público de principio a fin, sin que el ritmo decaiga ni un instante.

Melo realiza una sui generis paráfrasis de Ibsen en su aún elocuente Casa de muñecas, solo que el portazo final no lo emprende una Nora pronta a liberarse de ataduras matrimoniales y familiares en la No­ruega del siglo XIX sino un hombre, cubano, en el Varadero del presente, Osvaldo Telmer, sometido por vo­luntad propia a la tiranía económica de Nara, su mujer (nótese la similitud nominal con los protagonistas ibsenianos), gerente de una importante cadena hotelera —cuyo nombre simboliza contextos mayores—, y cuyos errores lo llevan a un callejón profesional y marital sin aparente salida.

Por ello, al contrario de aquel portazo famoso que todavía resuena hoy cuando de gritos feministas y emancipadores se trata, el que constituye desenlace de Mecánica lo es puertas adentro. ¿Realmente este esposo derrumbado se irá, lo abandonará todo, como Nora?, se preguntan casi en el minuto final los espectadores. Y es aquí donde la obra adquiere contextualización y vigencia adecuadas.

Carlos Celdrán ha enriquecido con su largo visor teatral la perspectiva de la pieza y nos regala una puesta con la visceralidad y a la vez, la sencillez comunicativa que lo caracterizan.
Eligió como escenografía, con la profesional complicidad de Alain Ortiz, un blanco gélido que recuerda el infierno heterodoxo de Sartre en A puerta cerrada, aludiendo a la vez a la frialdad de esas almas que penan y hacen penar por su mediocridad humana mal creída superior; el diseño de vestuario (Vladimir Cuenca) ayuda extraordinariamente a la caracterización del dramatis personae como lo hacen la banda sonora y la música (Denis Peralta) reforzando atmósferas y subtextos, o las siempre expresivas luces de Manolo Garriga respecto al desarrollo y evolución del conflicto: toda una lucha (también) de poderes que va ganando en temperatura dra­­mática.

Las actuaciones son otro punto sólido en Mecánica; los histriones se mueven en el pequeño espacio como si lo hicieran en un macromundo, porque sus actitudes y aspiraciones tienen la perspectiva de quienes conquistan imperios, hasta que las sombras del pasado y el pe­cado social amenazan con de­rrum­barlo todo; (des)amor, codicia, am­biciones que si no matan físicamente arruinan cuanto tocan, se mueven y pugnan en escena pero no al estilo de las moralidades griegas sino como seres concretos que aho­ra tienen los rostros y las acciones de Car­los Luis González, Yuliet Cruz, Ra­chel Pastor, José Luis Hi­dal­go/­Wal­do Franco y Yailín Coppola.

Salvo algunos momentos en que congela un tanto la expresión de sufrimiento en pleno derrumbe, Car­los Luis entrega uno de sus trabajos hasta ahora más acabados; Yuliet repite esa variedad de matices y esa energía que caracteriza ca­da entrega; José Luis Hidalgo con­tagia una vez más con la intensidad y el sentido shakesperiano de sus atormentados roles, Yailín Cop­pola se luce magistral en sus tran­siciones.

Mecánica es otro momento fe­liz de la temporada escénica ha­ba­nera, otras nupcias felices en­tre su au­tor, Abel G. Melo y Ar­gos Teatro.

martes, 4 de agosto de 2015

Triunfadela, de El Ciervo Encantado

Por Jaime Gómez Triana
Tomado de www.juventudrebelde.cu

 Coherente con la línea de investigación que lleva adelante Nelda Castillo, la actriz y directora de El Ciervo Encantado, su reciente performance en escena, Triunfadela, explora un conjunto de imaginarios que hacen parte de lo que somos.

Más allá de símbolos o estereotipos, esta vez interesa a El Ciervo Encantado profundizar en la relación de las colectividades y los individuos con esa que en el programa de mano identifican como la copiosa «tradición cubana de actos, asambleas, marchas, concentraciones, reuniones, homenajes, aniversarios, desfiles, conmemoraciones, galas…». 
Pocos elementos permiten al grupo entrar en la zona específica de la memoria que no solo archiva sino también catapulta prácticas sociales, algunas de las cuales con el tiempo hemos visto vaciarse de contenido para transitar hacia un discurso formal, vana repetición sin tuétano, retórica desconectada de la acción, que satura y acaba por distanciar y desintonizar. Para proponer este espacio de reflexión en torno a las formas, usos y abusos del discurso triunfalista entre nosotros, el grupo ofrece una especie de díptico abierto a colaboraciones de creadores invitados. La presencia central de Mariela Brito, quien nuevamente ofrece muestras de su excelencia, da cuerpo a toda la acción, sin perder de vista a los espectadores ni por un momento —por esta interpretación, presentada en la ciudad de Nueva York durante el Festival de Teatro Hispano del Comisionado Dominicano de Cultura en los Estados Unidos, la Organización Hispana de Actores Latinos (Hola, por sus siglas en inglés), le acaba de otorgar a la actriz uno de sus Premios 2014-2015 a la Excelencia en Teatro.

Los teatristas han seguido durante algún tiempo a personas «privadas de la razón» que deambulan en lugares públicos. Algunos de ellos parecen haber quedado detenidos para siempre en medio de un acto, una concentración, un evento masivo o de una estratégica acción de combate, responsabilizados con transmitir ideas que consideran de la mayor importancia o con sostener un estado de cosas del cual depende la supervivencia de todo el universo. Estos «locos», que habitualmente evitamos y que a veces son objeto de burla irresponsable, están aferrados a actitudes, comportamientos y palabras.

Más que al discurso mismo y al andamiaje ideológico al que este hace referencia, la intervención escénica se instala en el ámbito de comunicación performativa, de su puesta en circulación, para, desde allí, ir a estudiar los modos en que leemos esa tradición cívica —y también épica—, que en los nuevos tiempos es percibida fundamentalmente por algunos de los más jóvenes, como testimonio de un pasado remotísimo, teque,  muela…

Analizado desde la distancia que la síntesis artística permite, el triunfalismo resulta verdaderamente extremo y terriblemente peligroso.

El performance funciona más que como obra (objeto) como acción (efecto). Su función, aunque estética, pone el énfasis sobre la relación. El público en escena participa, forma parte, por lo que Triunfadela no debe ser considerada una propuesta unipersonal. El trabajo consiste precisamente en construir un espacio de investigación en el que podamos estudiar las reacciones. El conjunto de los espectadores conforma una muestra diversa desde todos los puntos de vista. La propuesta de cierto modo ficcionaliza esa participación, pero el acto mismo de participar, el modo en que colabora cada espectador, sea directamente convocado o no, abre el ámbito de acción concreta y lo ancla de manera directa en lo real, o sea, más allá del espacio de juego que los creadores construyen.

La obra deviene así una especie de cámara al vacío en el que se evocan sucesos y sensaciones que conectan directamente con las vivencias de cada una de las personas implicadas. Desde el arte esta propuesta nos obliga a reflexionar no ya sobre la historia reciente del país y las maneras en que esta ha sido y puede ser registrada, sino acerca del modo en que cierta retórica ha ido conformando en algunos individuos una forma de comportamiento, que en ocasiones resulta totalmente indolente, descomprometido, superficial. Como en otros espectáculos, El Ciervo Encantado pone el dedo en la llaga al mostrar con todo rigor y sin complacencias de ningún tipo, la ingeniería interna del «brillo en el ombligo». Se actualiza así desde el teatro un estudio psicosocial que tiene su cumbre en la obra de autores tales como José Antonio Ramos, Alfonso Bernal del Riego, Jorge Mañach y Eladio Secades. Se suma a ello una peculiar habilidad para asumir y procesar nuestra propia tradición teatral, en particular la de nuestro teatro bufo, no solo desde su capacidad para reconfigurar y repensar lo social a través de tipos y estereotipos, sino sobre todo desde sus estrategias de diálogo con el pasado, presente y futuro de la nación.

lunes, 3 de agosto de 2015

Un altar de amores

Por Omar Valiño
Tomado de www.granma.cu


En apenas cuatro años, allá en Matanzas, se ha consolidado un grupo teatral. Un grupo que avanza y no de manera silenciosa. Se llama Tea­tro El Portazo. Lo integran varios jóvenes, actrices y actores, y colaboradores de otras especialidades siempre necesarias a la escena. Al frente, Pedro Franco.

Con carta de presentación hacia fines del 2011 con Por gusto, de Abel González Melo, sumó luego Antígona, de Yerandy Fleites y Semen, de Yunior García. Una coherente trilogía a partir de jóvenes autores nacionales, en la que Franco demostró capacidad de invención y de conexión con los nuevos segmentos de público que quiere privilegiar.

El Portazo conquistó su territorio sin esperar a que le cayera del cielo ni reclamarlo en reuniones. Contaban con el patio de la Asociación Her­manos Saíz en Matanzas y eso fue lo que convirtieron en espacio escénico. Desde el principio, me cautivó el gesto: la decisión de expresarse a través del teatro aun sin todas las condiciones listas. Querían  hablar de sí mismos a través de su arte y sin pedir permiso, esencia que tanta falta nos hace.

Cuando cursaba estudios de secundaria y preuniversitario, allá por los 80 del siglo pasado, se requería a la juventud con una alquimia ideal: había que ser alegres pero profundos. Ahora mismo, he recordado el imperativo al apreciar el magnífico funcionamiento de la “fórmula” —no tan fácil como puede pensarse—, en Cuban Coffee by Portazo Cooperative o CCPC por su juguetona sigla, el cuarto espectáculo de El Por­tazo, bajo la dirección de su líder Pedro Franco, mejor grupo y director de todas las recientes fundaciones juveniles del teatro insular.

Para la alegría y el divertimento, Franco elige un cabaret. Para las incisiones en el cuerpo social cose diversos textos de jóvenes dramaturgos y otros de distinto origen. La estructura del cabaret le ofrece capacidad de maniobra para combinar “números”, canciones, escenas, mo­nólogos en un aquelarre muy bien pautado, organizado y ejecutado; asumido con extrema libertad. Así, el espectáculo rinde culto a una filosofía: de homenaje y rebelión. Y se manifiesta, en cierto sentido, de modo metodológico. Consume su primera parte en explicarnos los objetivos del discurso y la manera en que lo harán, desde la misma condición divertidísima que luego desatará con todo esplendor la puesta en escena hasta culminar en la fiesta.

También explicitan la voluntad de que ese acto sea una investigación económica que pue­da probar al teatro como una forma de vida sostenible, como si no bastara con la cantidad de “contenido” que CCPC tiene dentro. No renuncian a nada. Les sirve lo alto y lo bajo, lo santificado por el canon y lo denunciado como pésimo para el “consumo” cultural. Quieren abarcarlo todo desde una distinción wagneriana, como un teatro total que se sirve de todo cuanto han visto aquí de teatro cubano y foráneo. De ahí las citas intratextuales como procedimiento escénico, las reinvenciones de sentido y su actualización frente a la realidad cubana de hoy, de todo cuanto usan.

Dicha perspectiva, afincada en el lenguaje teatral, abarca el universo completo del discurso. Por eso CCPC es la puesta en un espacio crítico del modo en que estos jóvenes ven,  viven y disfrutan la patria de su formación, de su adn, de su sangre, con sus desgarramientos y jirones, con sus virtudes y padecimientos, con y como una enorme suma de amores compartidos que sangra críticas y defensas.

El conjunto de actrices y actores lo hacen con el corazón, se entregan por completo, prodigan toda su energía, toda su maravillosa música de cuerpos y voces, todos sus sufrimientos y alegrías. Nos conmueven y divierten hasta el tuétano.

Musical, carnavalesco y sacrificial, dialógico y político, CCPC engrandece el gesto de El Portazo: es un acto de fe de una generación. Por eso cierra con una estructura que puede leerse como el altar desde donde exigen construir y participar. Ese grupo de jóvenes ha creado, allá en Matanzas, un nuevo danzón, un ajiaco maravilloso con el sabor de una Cuba nuestra e inclusiva.

No se pierda el espectáculo del año en la continuidad de su temporada en el patio de la AHS yumurina o en la vuelta a la sala Tito Junco, del Bertolt Brecht, en La Habana, o en cualquier espacio que lo acogerá más adelante en distintos lugares de Cuba. Ellos y ellas son la Cuba de nuestros jóvenes ahora mismo.


viernes, 31 de julio de 2015

El Teatro, los niños y el verano en los municipios poco visibilizados

Por Esther Suárez Durán
Tomado de  www.cubarte.cult.cu

Durante el mes  de julio el Teatro de la Villa incluyó, además de sus funciones especiales de verano en su conocida sala de Dr. Mora y Desamparados, en Guanabacoa (para niños: en las tardes de Jueves a Domingo y, para adultos: en las noches de los sábados), una gira a la Isla de la Juventud. Para  los jóvenes Claudia Lazo, Reinier Ramos, Yanisleydis Góngora y   Armando Cotrina se trataba, además, de un encuentro con una región del país desconocida, mientras  para la actriz Doris Vargas, de mayor experiencia en las tablas, significaba la actualización sobre la vida del presente en aquel territorio.

En cuatro días efectivos de trabajo (pues el viaje desde y hasta la Isla grande les tomó todo un día)  realizaron once funciones en poblados distantes unos de otros, pertenecientes a zonas como  La Fe y La Victoria, entre otras. Se presentaron en Julio Antonio Mella, Atanagildo, Cuatro Caminos,  y, en algunos sitios ello supuso actuar ante niños y jóvenes que no conocían el Teatro. Si la experiencia teatral resultó emocionante para dicho público, de similar manera lo fue para los actores,  personas enamoradas de lo que hacen y que, con tal vivencia, se reafirmaron aún más en su vocación. Porque, es bueno precisar, que existen por todo el archipiélago lugares a los que alcanza la televisión y la radio, pero no así el Teatro y la especial experiencia estética y vivencial que este supone; lo cual llama la atención acerca de la importancia que toma este accionar por las comunidades, ya sea mediante experiencias reiteradas y ya institucionalizadas como la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa y la Guerrilla de Teatreros de la provincia Granma o mediante una labor continua de programación teatral durante todo el año.

En la Isla de la Juventud, a los daños causados por los huracanes, se suman otros males, el resultado es que este municipio, que otrora contaba con la sala de La Toronjita Dorada y con el Teatro Victoria, ahora se halla desposeído de  instalaciones teatrales en capacidad de acoger espectáculos de cierta complejidad, por ello la brigada artística que conformaron los artistas del Teatro de La Villa junto a los infantes del proyecto comunitario del Circo Nacional de Cuba y otras dos artistas del Proyecto Narrarte iba preparada para actuar en las circunstancias más heterogéneas y difíciles.

Entre tanto, en la capital, el teatro La Edad de Oro, situado en Juan Delgado y Santa Catalina, en el municipio Diez de Octubre, realizaba sus presentaciones habituales de fin de semana con Cuentos, juegos y marionetas, que para el día 19, cerrando las celebraciones por el Día de los Niños, incluyó el concurso “El artista soy yo” y, a pesar del intenso calor de esta sala de 380 capacidades que aún no cuenta con su sistema de climatización funcionando, el espacio se repletó.

Teatro de la Villa y la Compañía Hilos Mágicos figuran entre las instituciones que sobrecumplen con creces sus planes de público asistente a las funciones y  recaudación. Fin de semana tras fin de semana ambas salas se mantienen abiertas, no importa cuál sea la etapa del año,  y el público acude confiado y gozoso pues sabe que la programación que le espera no defraudará sus expectativas. Pero una y otra institución teatral, que atienden, sobre todo, las necesidades de los públicos de sus municipios, alejados del centro cultural de la capital, requieren la mejora de sus condiciones de trabajo diario y de ejecución de su programa de presentaciones teatrales. El Teatro de la Villa espera por el cambio de sus equipos de climatización, los cuales, a estas alturas, no funcionan en absoluto, lo que ha provocado  más de un accidente de trabajo entre sus actores, por las sobre elevadas temperaturas a que se expone un intérprete cubierto por un pesado vestuario que realiza su faena bajo las luces intensas del escenario. Hilos Mágicos y su sala La Edad de Oro  están pendientes de que la brigada de ejecución de obras que en ella estaba trabajando continúe y termine sus labores, interrumpidas en pleno clímax, por una deficiencia administrativa, y, entre las metas esperadas se hallan poder contar con agua corriente en el Teatro y con el sistema de climatización, algo que la población circundante va a agradecer a la par de los artistas.

Para finales de Agosto el Teatro de la Villa prepara el estreno de Papito, una obra de Hugo Araña que en 1992 este grupo llevó por vez primera a las tablas, bajo la dirección de Armando Morales. En 1994 la puesta se alzó con uno de los Premios de Puesta en Escena del Festival de Teatro de Camagüey. Ahora, María Elena Tomás, quien fungiera entonces como asistente de dirección, gracias a sus minuciosos apuntes la está levantando casi tal cual sobre el escenario,  con un elenco totalmente renovado.  Y asombra ver cómo los hallazgos artísticos de entonces mantienen todavía hoy su vigencia, lo que hace de este espectáculo una propuesta teatral de mucho interés, tanto para los actores que la ejecutan, como para el público que la disfruta. La riqueza de dicho espectáculo nace no solo del talento y la madurez artística de su Director, sino, que es resultado, además, del trabajo colectivo de taller a que fue sometido su texto. Durante semanas se improvisó sobre cada situación, se probaron diversas variantes expresivas para seleccionar, a la postre, la más adecuada. Entre tanto, como ahora mismo sucede, el proceso de trabajo de los intérpretes se iba sedimentando y de ahí nació lo que, a la luz de los años, hoy se nos presenta como uno de los momentos más altos de la escena titiritera y de la escena para niños de las últimas tres décadas.